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Tierra de nadie

Tufo

No es lo mismo vivir entre la verdad y la mentira que entre la fantasía y la realidad. Entre la fantasía y la realidad hemos vivido siempre porque somos hijos de ellas, aunque no sabríamos decir quién es el padre y quién la madre, en el caso de que no sean dos madres. Venimos de ahí, de esa curiosa mezcla entre lo que soñamos y lo que nos asalta al abrir los ojos. Con frecuencia, la realidad es la costilla de Adán del sueño y al revés. Lo tangible y lo intangible se combinan en cada uno de nosotros como el cuerpo se mezcla con la mente. Del cuerpo sabemos poco y de la mente menos, quizá porque pretendemos estudiarlos por separado. Pero no íbamos a eso, íbamos a lo otro.

Lo otro es que nos estamos habituando peligrosamente a vivir entre la verdad y la mentira. Quizá pasamos más tiempo en la verdad, no sé, pero llevamos a lavar la ropa a la mentira como los jóvenes recién emancipados la llevan a casa de sus padres. Significa que volvemos con las camisas limpias, aunque impregnadas de un halo diabólico. Ahora mismo, en el telediario, hay un señor mintiendo como un bellaco. Él sabe que miente, nosotros sabemos que nos miente, y él sabe que nosotros sabemos. Pero aceptamos el juego por puro cansancio. Pocas cosas hay más agotadoras que la verdad. Sobre todo, que la verdad oportuna, que la verdad dicha a tiempo, que la verdad sin ambages,

signifique lo que signifique ambages, que debe de ser algo así como ambigüedad. De la verdad ambigua a la mentira podrida no hay más que un mitin político.

Pues ahí estamos, contándonos mentiras para sacar adelante los presupuestos, o para no sacarlos; para ganar o para perder las elecciones; para lograr o deslograr un poco más de audiencia, un me gusta, un retwit, un seguidor. Es improbable que nunca, a lo largo de la historia, se haya mentido tanto como hoy, no por nada, sino porque hay más medios que nunca para hacerlo. Estamos en la revolución cibernética de la mentira. Olemos a mentira como hace años olíamos a tabaco. Y así como entonces no percibíamos el tufo a Winston porque lo llevábamos encima, ahora nos cuesta detectar a los predicadores porque ha amanecido con una niebla de puré de guisantes y no se ve nada en cinco metros.

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