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El PP de Casado quiere echar al «okupa»

La política es bastante imprevisible. Debía ser el fin de semana del PP con la toma de posesión de Moreno Bonilla en Sevilla y la Convención Casado en Madrid y hete aquí que la guerra interna de Podemos entre Iglesias y Errejón (¿quién es Caín y quién Abel?) puede trastocarlo. Un financiero me dijo hace meses que España se había confirmado como un país estable pues Iglesias había comprado un chalé y suscrito una hipoteca. Hoy debe estar más relajado.

Pero las paradojas no acaban aquí. Aznar tuvo su momento de grandeur tras las elecciones del 2000 que le dieron la mayoría absoluta. Lanzó a Mayor Oreja para expulsar al PNV de Ajuria Enea, pero ni por un momento pensó que el PP pudiera echar al PSOE de la Junta de Andalucía. Ahora en un momento de gran debilidad del PP -en Andalucía ha perdido casi un 30% de sus votos y las encuestas le dan trece puntos menos que en las últimas generales y algunas le sitúan en tercera posición tras el PSOE y Cs- resulta que ha logrado el sueño que parecía imposible: echar al PSOE del palacio de San Telmo y gobernar Andalucía.

Y Pablo Casado, que acaba de llegar, lo logra a la primera. Me dicen que el hasta hace poco colaborador de Rajoy cree que perder votos no es incompatible con gobernar. En Andalucía ha perdido más de 300.000 votos, pero gobernará con la ayuda de Cs y de Vox porque ha sido el primer partido de la derecha. ¿Puede pasar algo similar en muchas ciudades y comunidades autónomas tras las municipales y autonómicas de mayo y este tripartito de derechas le puede colocar en la Moncloa tras las próximas generales? Es una idea que se acaricia en el nuevo PP. ¿No tuvo Sánchez un pésimo resultado en el 2016 y sin embargo llegó a la Moncloa hace siete meses?

Otra paradoja, Casado es el preferido por Aznar, que piensa que de alguna manera se pueden unificar las tres derechas (también creía que Sadam Husein tenía armas de destrucción masiva), pero Aznar para llegar al poder emitió signos centristas (recuerden aquello del centro reformista) y luego renunció a tocar la tan atacada ley del aborto de Felipe González e incluso pactó gustoso con Jordi Pujol y Arzalluz en el 96. Mientras que Casado quiere que la convención de este fin de semana sea la del rearme ideológico y de la recuperación sin complejos de las señas de identidad abandonadas por el dúo Rajoy-Soraya.

Su alguna carencia tiene Casado no es la de cierto oportunismo, por lo que la misa mayor de este fin de semana nos dejará un mensaje tan triunfalista como no desprovisto de cierta ambivalencia. Reafirmación al mismo tiempo de los valores liberales, democráticos e incluso autonomistas, pero recuperación de aquel añejo «España, lo único que importa» y discreto plagio de algunos argumentos de Vox, una escisión por la derecha que Casado cree que sólo ha surgido por la indolencia ideológica del marianismo.

No miren tanto los textos de la convención (el papel se tira después de usarlo) como los mensajes de fondo que está lanzando Isabel Díaz Ayuso, a la que Casado acaba de entronizar como candidata a la presidencia de Madrid, la comunidad autónoma más emblemática del PP (con permiso de Galicia) y en la que gobierna desde hace 25 años. Para Casado, Isabel debe ser la nueva Esperanza (Aguirre) del PP.

E Isabel tiene -más aún que Esperanza- la virtud de la transparencia. Se le entiende todo. Confiesa que si Soraya hubiera ganado a Pablo se habría ido del PP, pero no por ningún desencuentro sino porque quiere darlo todo, que no está más lejos de los postulados de Vox que de Soraya sino entre ambos: «He compartido propuestas (de Soraya) y otras no, como con Vox». Y sigue: «Vox es en cierta manera una escisión y no ha propuesto nada que yo no haya visto en el pasado (ojo a lo del pasado) dentro del PP».

Era en El Mundo, pero quizás en El País es más espontánea: «Hay planteamientos de Vox que yo no comparto, pero la inmensa mayoría de sus votantes vienen del PP y no podemos machacarlos. Es como si tienes un establecimiento desde hace 20 años, dejas de atender bien a los clientes, a subir los precios, a cerrar cada día antes y un día ponen un establecimiento igual que el tuyo, con gente más simpática y bajando los precios. No te queda otra que mejorar».

Pero Díaz Ayuso deja claro que el PP de Casado no quiere ser Vox porque no es anticonstitucional: «Yo la Constitución no la tocaba ahora mismo… Yo sí defiendo el Estado de las autonomías, aunque tenemos que corregirlo y no quiero pensar que los inmigrantes no pasen por un hospital por tener un problema legal». Está claro, el PP que quiere Casado -según su recién nominada para presidir Madrid- no quiere ser Vox, sólo tiende a Vox. Y de la gran coalición, con la que especuló Rajoy cuando perdió la mayoría, nada de nada. Cuando se le pregunta si la Comunidad de Madrid sería (si ella ganara) un ariete político contra Pedro Sánchez contesta: «Totalmente. Un ariete para sacarlo. Es un ‘okupa’ en la Moncloa».

Está claro que entre Angela Merkel y Margaret Thatcher, Díaz Ayuso no dudaría ni un momento. Quizás lo más preocupante de Pablo Casado no sea la alianza andaluza con Vox sino su tendencia a escoger personas con escaso sentido de que la democracia es aceptar la pluralidad y que sólo ven la vida en blanco o negro. ¿Qué piensa él realmente? Misterio. Lo único claro es que se debió sentir cómodo ocupando un cargo relevante bajo el liderazgo de Rajoy y que ahora ha seleccionado a Isabel Díaz Ayuso para conquistar Madrid. ¿Pragmatismo? ¿Oportunismo?

Un Brexit imposible, pero matón

Tras dos años de negociaciones para llevar a cabo el mandato del referéndum para salir de la UE, que tuvo el voto del 52% de los británicos, la terca Theresa May ha tenido una derrota descomunal ya que su propuesta de salida fue derrotada en los Comunes por más de 200 votos.

El fracaso se debe a que la propuesta, aunque nominalmente era fiel al Brexit, en la práctica podía acabar no siéndolo (por la frontera irlandesa). Por eso tuvo el voto en contra de los antieuropeos (muchos del partido de May) y también de los que quieren permanecer en la UE, de los que creen que hay otras fórmulas posibles y el de sus enemigos políticos. Como el líder del Labour, Jeremy Corbyn, que sólo piensa en echarla.

La consecuencia es que Gran Bretaña lleva años en una gran crisis política y en una incertidumbre total. La democracia se basa en un traspaso de la soberanía del pueblo al Parlamento que elige un gobierno. Y el gobierno es el que gobierna. La democracia directa -el referéndum- puede ser útil y positivo allí donde se practica con regularidad (Suiza, Estados Unidos…) para algunos asuntos. Pero cuando se recurre al referéndum para resolver un problema muy complejo de apariencia simple que levanta pasiones (estar o no en la UE) y además sin un amplio consenso previo, todo puede acabar mal. O peor.

Theresa May no ha querido confesar que el Brexit es imposible, salvo que se asumieran graves efectos económicos como mínimo a corto y medio plazo. Ahora lo que parece claro es que finalmente no habrá Brexit real porque un Brexit sin acuerdo sería una catástrofe que sólo quieren los nacionalistas más radicales. Es posible que Gran Bretaña salga de la UE y se quede -con menos poder e influencia- en el mercado único o en la unión aduanera (ahí están los casos de Suiza y Noruega), pero es muy difícil el divorcio total y la recuperación de la plena soberanía.

Aunque -paradójicamente- todo pudiera acabar pasando si se convoca un segundo referéndum (la reivindicación actual de muchos proeuropeos) y el resultado final -en contra de lo previsto- fuera similar al del 2016. No se puede descartar del todo porque las encuestas sólo dan un 54% a 46% a favor de permanecer en la UE, un margen demasiado estrecho. Mejor no volver disparate del referéndum.

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