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Julio Monreal

30 años sobre un bordillo

No había pasado ni un mes desde que había tomado posesión del despacho de la chimenea, entonces espacio de trabajo del primer edil de Valencia (sin acento). Rita Barberá se encaminaba a la plaza Tetuán para ejecutar una de sus primeras intervenciones urbanas como alcaldesa, la demolición del bordillo de hormigón prefabricado que separaba el carril del autobús de la EMT de los del tráfico privado junto a la acera del Centro Cultural Bancaja. Así comenzó un mandato que duró 24 años.

Siete legislaturas municipales después, concejales y ciudadanos continúan a la greña por los bordillos, los carriles reservados, la convivencia del transporte público con el privado y las novedades que propone e impone la movilidad sostenible, convertida en el principal argumento de campaña electoral en la ciudad de València, (ahora sí con acento).

Un periódico de tradición monárquica editado en Madrid tenía todavía su sede en la céntrica calle de Serrano. Y el ayuntamiento de la capital había decidido proteger los carriles de circulación de los autobuses urbanos con unos bordillos de hormigón prefabricado para evitar su invasión y mejorar el servicio del transporte público. Los bordillos habían sido colocados con tan mala fortuna (o tan mala baba) que las furgonetas de distribución del diario que recibe el nombre de las tres primeras letras del alfabeto se las veían y se las deseaban para acceder a los muelles de carga, lo que constituyó una excusa ideal para desplegar una campaña inmisericorde contra la política de tráfico del alcalde socialista Juan Barranco.

En Valencia, los concejales de Circulación de los alcaldes Ricard Pérez Casado y Clementina Ródenas, José Cabrera y Alfonso Goñi, respectivamente, habían decidido también «disciplinar» (ya se decía así a finales de los 80) el tráfico privado y separar el carril de la EMT del resto con bordillos de hormigón y severas multas, recibiendo ya entonces todo tipo de atenciones verbales. Que nadie piense que Giuseppe Grezzi es el primer concejal de Movilidad cuestionado de la democracia. Muchos taxis ya llevaban hace 30 años rótulos en los que se podía leer: « Si hay concejal de tráfico que lo quiten, y si no hay, que lo pongan».

El famoso bordillo tampoco es que hubiera suscitado mucha polémica en Valencia pero Rita Barberá, que siempre fue avanzadilla del credo monárquico, vio en la plaza Tetuán una posibilidad de sentar sus principios y comenzó sus 24 años de gobierno junto al martillo hidráulico que acababa con la segregación del autobús en Tetuán, acción que por supuesto le proporcionó la fotografía de portada nacional del diario madrileño objeto del agravio.

Nada nuevo hay bajo el sol y esta misma semana la mitad de los candidatos a la Alcaldía de la capital valenciana ha hecho promesa formal de revertir las decisiones más controvertidas del actual responsable de movilidad.

La flamante candidata del Partido Popular, María José Catalá, en sus primeras declaraciones como aspirante a recuperar el salón de la chimenea para los conservadores, se ha comprometido a revertir la reducción a un carril de circulación general de las avenidas de Burjassot y Reino de Valencia y la calle Alicante, además de recuperar el aparcamiento nocturno en el carril bus a partir de las 22 horas, prohibición que constituye uno de los errores más graves del gobierno municipal que preside Joan Ribó por sus consecuencias sobre los ciudadanos de la capital, los del área metropolitana y los empresarios hosteleros y de espectáculos públicos. Nada de planes de empleo ni proyectos de infraestructuras ni limpiar el entorno del monasterio de San Miguel de los Reyes de naves ruinosas y negocios de dudosa reputación para convertirlo en el espacio singular que se merece ser: retirar bordillos y restablecer el aparcamiento nocturno que Grezzi suprimió para intentar, sin ningún éxito, ganarse a los taxistas.

El también candidato a alcalde Fernando Giner, de Ciudadanos, ha comenzado la recta final de su carrera hacia el despacho de la chimenea con palabras y propuestas coincidentes con las de Catalá, añadiendo a los objetivos de esta la recuperación de la calle de Colón, un auténtico galimatías fruto de la segregación del carril de la EMT y el taxi por la derecha y del carril bici de doble sentido por la izquierda.

Por si fuera poco, la aspirante socialista, Sandra Gómez, vicealcaldesa del tripartito de la Nau, ha decidido centrar su mensaje electoral de diferenciación con respecto a Compromís y a Podemos en Comú en la movilidad. Si ella gobierna, la política de circulación será reorientada en determinados aspectos, según ha asegurado, subrayando que «rectificar es de sabios» y señalando que es necesario gobernar con consensos, escuchando a los ciudadanos. El problema es definir el auditorio al que hay que escuchar. Los carriles bici que dejan en una sola plataforma los espacios de circulación para el tráfico privado han sacado a la luz un agrio litigio de representatividad. La remodelación de Reino de Valencia, presupuestada en casi 300.000 euros, ha sido propuesta por Grezzi y avalada por 67 vecinos que hicieron click en el botón de internet de los presupuestos participativos, el nuevo mantra de la Administración local. Compromís gobierna con ojo y medio en las redes sociales, lo que deja fuera de juego al movimiento asociativo tradicional, liderado por las asociaciones de vecinos que por cuestiones como la elevada edad media de sus integrantes quedan damnificadas por la brecha digital. Para completar el mapa de influencias, el tercer actor, Podemos en Comú, promociona nuevas plataformas cívicas con colectivos afines, como el que rechaza el plan urbanístico para completar el barrio de Benimaclet, que socavan el protagonismo que durante los últimos 40 años ha tenido la Federación de Asociaciones de Vecinos que preside María José Broseta y otras tantas en distintas ciudades. Mayorías, representatividad, futuro... Demasiadas cosas pendientes de un simple bordillo. Y Vox sin decir aún esta boca es mía al respecto.

Podemos ya no es lo que era

Hace cinco años y un par de días nacía Podemos como fruto directo del movimiento de los indignados contra los abusos del capitalismo durante la crisis y la falta de respuesta de los políticos llamados tradicionales. No era un partido, era un movimiento cuyos afines se reunían bajo los puentes o en los parques, sentados en corro en el suelo, decidiendo las propuestas en asambleas abiertas y aplaudiendo las intervenciones sin sonido de palmas, agitando las manos levantadas al viento. Sólo un lustro después, aquel movimiento ha adquirido todos y cada uno de los vicios que censuraba en los partidos a los que quería combatir: monolitismo en el aparato; aplastamiento de cualquier señal de heterodoxia; impermeabilidad total a la crítica y culto al líder, que vive con la número dos, su pareja de hecho, en un casoplón de 600.000 euros en la selecta zona Norte de Madrid. La crisis abierta con uno de los cinco fundadores, Íñigo Errejón, a quien se acaba de invitar a dimitir como diputado nacional y abandonar la formación, deja claro que Podemos ya no es aquel movimiento fresco y renovador que emergió directamente de la protesta en las calles. Y por si fuera poco, las palabras del 'fontanero' Pablo Echenique, señalando que su compañero no dimitirá «porque de qué va a vivir hasta mayo» equiparan a la dirección de los morados con el navajeo de cualquiera de las ejecutivas de los partidos que ellos venían a borrar del mapa en cuanto a guerras de poder se refiere. Una lástima que los líderes con sus torpezas y miserias arruinen las posibilidades electorales de militantes y votantes que sí se creyeron el movimiento, especialmente miles de jóvenes que reconectaron con ellos a la política.

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