Suelo abandonar las fiestas y reuniones sin despedirme: no he hallado otro modo de preservar el derecho a decidir. Y encima el jueves me extraen dos muelas del juicio. Pero no son estos los motivos de mi incomparecencia en la sección diaria que vengo haciendo desde hace casi 28 años. Incluso cuando tomo unas vacaciones o me lanzo a viajar, aviso al lector para no hacerle perder tiempo rebuscando en las páginas del periódico.

Me jubilé el siete de enero, al día siguiente de mi cumpleaños aunque éste no era como otros: marcaba un final y un comienzo, o sea la jubilación. Este trámite está resultando más largo y tortuoso de lo que suponía y ya saben ustedes que Kafka levantó toda una obra en torno a ese muro de consideraciones, papel timbrado, respuestas endosadas y alegaciones por triplicado que rodea y a veces asfixia la vida de la gente.

En pocas palabras aún no sé si mi tarea de estilita podrá continuar en los términos que ustedes conocen: falta comprobar si esa solución es compatible con las exigencias de mi nuevo estado y cuales serían las condiciones de esa continuidad. Que no se preocupe nadie. Estoy bien. Sigo con el yoga y me hago casi todos los días diez quilómetros en bici y diez mil pasos por la calle. He perdido tres quilos. Estoy tensando el arco para hacer esto o lo otro, no me aburriré, me lo tengo prohibido. Escribo sin parar.

Así que esta rendija tan habitual por la que me asomo desde hace casi tres décadas podría cerrarse de golpe. No importa, abriremos otra ventana mientras crea que tengo algo que contar y ustedes conserven la amabilidad de leerlo. Por cierto mi próximo libro, Oficio de lance, está al caer. Son unas memorias profesionales: De cómo llegue a comer, incluso bien, del periodismo.

Bueno, pongamos una nota levemente épica en esta despedida provisional. Como decía una vieja canción antifascista británica: Nos encontraremos/ No se dónde/ No sé cuándo/ pero nos encontraremos de nuevo en un día soleado. Fue, es y tal vez vuelva a ser un placer y un gusto.