Nuestra meta y objetivo educativo es formar ‘hombres para los demás’… que no conciban el amor a Dios sin el amor al hombre; un amor eficaz que tiene como primer postulado la justicia…

Estas palabras fueron pronunciadas en València, en lo que hoy son las Escuelas de San José, en el verano de 1973, por el P. Pedro Arrupe sj, 28º General de los jesuitas, en el contexto de un Congreso de Antiguos Alumnos de la Compañía de Jesús. En aquella época, finales del franquismo, su discurso provocó un auténtico terremoto, que incluyó dimisiones de ilustres antiguos alumnos. Palabras proféticas entonces que siguen siendo un horizonte para el hoy.

Recordamos estas palabras y a su autor con ocasión de que el 5 de febrero de 2019, a los veintiocho años justos de su muerte, se inicia en Roma su proceso de beatificación. Para muchos, un proceso que se ha hecho esperar demasiado… dada la calidad humana y espiritual de un hombre decisivo en la historia de la Compañía de Jesús y de la Iglesia en el posconcilio Vaticano II. Pedro Arrupe, como todo profeta, no fue bien entendido ni aceptado incluso en la Iglesia y en la Compañía. Se hizo popular entre sus adversarios el dicho «un vasco fundó la Compañía, otro vasco la va a destruir».

Cuando Pedro Arrupe hablaba de situaciones de injusticia y del necesario compromiso por la justicia, no hablaba de leídas o de oídas, sino de experiencia personal. En su época de estudiante de Medicina en Madrid le marcaron sus contactos con la miseria de los barrios marginales de la capital y en su época de estudiante jesuita en Estados Unidos le impactó su experiencia en las cárceles norteamericanas. Ya en Japón, le tocó vivir en primera persona la tragedia de la bomba atómica de Hiroshima. En los años de General de la Compañía de Jesús le afectó de un modo particular el problema de los refugiados, llevándole a poner en marcha el Servicio Jesuita a Refugiados, que atiende hoy a más de 600.000 personas en 50 países.

La justicia por la que Pedro Arrupe luchó era la justicia del evangelio, la que nace de una lectura profunda y honesta de las palabras y los hechos de Jesús. Promoción de la justicia abierta a la colaboración con todas las personas y con todas las culturas, pero de raíz evangélica. Una justicia que para el creyente no es una opción entre otras, susceptible de ser tenida en cuenta o no, sino una exigencia ineludible de la fe. Una justicia que para ser evangélica quiere asumir carácter de gratuidad y permanencia incluso en las situaciones más difíciles. Una justicia que se abre, pese a tantos reveses, a la esperanza.

Dada la significación de la persona y del mensaje del P. Arrupe, el inicio de su proceso de beatificación es una interpelación, un toque de atención, tanto al interior de la Iglesia como al conjunto de la sociedad. Al interior de la Iglesia, recordando que una fe que no se comprometa contra al sufrimiento humano y las injusticias que lo causan no es la fe en el Jesús del evangelio. Y al conjunto de la sociedad para que no olvide que sin justicia no hay humanidad.