Recibí con pesar la noticia de la muerte de Lolo Rico, ella era, además de una avanzada televisiva en su tiempo, una de esas profesionales transgresoras que viven en el subconsciente y que, como tantas, vuelven tristemente a la actualidad una vez dejan este mundo. Mi generación, la X, la «premillennial» o como queráis llamarnos, le debemos mucho porque lo que ella dejó en el archivo mental de los niños que crecimos en los coloridos 80, fue un espacio que jamás se repetirá, por varias razones.

«La bola de cristal» era un despertar al mundo desde una pantalla a la que tantas veces mi madre se refería como «la caja tonta». Pues bien, de tonta no tenía un pelo cuando por ella, los sábados por la mañana se asomaban mensajes que me invitaban a leer, pensar y forjar una personalidad propia, lejos del rebaño.

Algunos protagonistas de «La movida» me hablaban como a una persona que también era niño y aunque no entendía bien porque me decían «No a la OTAN», me ayudaban a intuir que las armas no eran buenas.

Lolo era la capitana del programa infantil más fresco e inteligente de la historia de la televisión española y como tal vivió la ira de la política de entonces, la que bajaba el puño mientras se aburguesaba y se molestaba por un grito de guerra que rezaba «Viva el mal, viva el capital»€ La cosa se podría resumir en que el país que despertaba se metía de lleno en el sistema capital y no podía educar a sus vástagos con mensajes tan zurdos€ Cinco millones de espectadores de buena mañana dieron igual, la libertad de Lolo duró lo que una legislatura. Lo que vino después mientras crecía ya fueron chicas con patines, escotadas y una marcha noventera facilona; un contenedor de anuncios que tan sólo era un hilo conductor para vender tantos productos innecesarios, los de esa plutocracia a los que con tanta vehemencia clamaba esa Bruja Avería que nunca volvió. Lástima porque algo o mucho tenía esa bola que a todo el mundo le molaba€