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Vomitivo espectáculo

Asistimos el otro día gracias a las imágines de las cámaras de TV a un espectáculo que sólo se me ocurre calificar de «vomitivo».

¿Cómo referirse de otro modo a la llegada triunfal de un vanidoso futbolista, de la mano de su pareja, a un juzgado madrileño para firmar allí su condena por fraude fiscal?

Con gafas de sol y sonrisa de oreja a oreja, como si fuera a recoger un nuevo balón de oro en lugar de una fortísima multa, escoltado por la policía para protegerle de sus «fans», el ex jugador del Real Madrid parecía estar en su salsa.

Gracias a su fortuna, el futbolista no tiene el menor problema para sustituir la pena de 23 meses de cárcel que le impuso el juez por una multa de 18,8 millones de euros.

El portugués había sido condenado nada menos que por cuatro delitos de defraudación a esa Hacienda de la que la propaganda oficial dice que «es de todos».

Pero tan repugnante o aún más que la actitud de un individuo que no parece reconocer la gravedad de su delito es el espectáculo de unos cazadores de autógrafos que sólo ven en él al famoso y no al delincuente que ha demostrado ser.

¿No se dan cuenta esos descerebrados que acudieron a hacerse selfies con el portugués para luego presumir ante sus amigos, de la gravedad del delito y la poca ejemplaridad demostrada por su ídolo?

Es éste un país en el que defraudar a Hacienda es por desgracia un deporte al que muchos quisieran dedicarse si pudieran pero que sólo unos pocos, tan privilegiados como faltos de escrúpulos, consiguen.

Y es a la vez como si a los famosos, los que salen todos los días en las páginas deportivas o en las revistas de papel couché, no quisieran muchos aplicarles los mismos estándares morales que al resto.

Y esos mismos que se quejan del «papá Estado» y admiran a quienes logran burlar a Hacienda son los mismos que luego denuncian el mal estado de las carreteras, las listas de espera en los hospitales, el abarrotamiento de los transportes públicos o las deficiencias del sistema educativo.

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