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La batalla por València

Para quien sepa o guste de números y política resulta evidente desde hace lustros que la ciudad de València, la capital del Regne y de la Comunitat que diría Manuel Vicent, es una complicada y a la vez equilibrada miscelánea ideológica que suele decantarse por gobernantes de distinto signo y, en diversas ocasiones, lo hace por apenas un suspiro de votos. Desde el exterior no se sabe muy bien de qué palo cojean los valencianos capitalinos, si son galgos o podencos, montescos o capuletos, fachas o progres. Tratemos, pues, de aproximarnos al fenómeno de una ciudad con rasgos de metrópoli, raíces singulares pero también muy dada a seguir la corriente española última y dominante, el mainstream que dicen los anglosajones.

Dada la actual fragmentación política, incrementada con la aparición de Vox y el salto a la transversalidad de Íñigo Errejón, las próximas elecciones municipales al Ayuntamiento se presentan apasionantes y de resultado incierto. La municipalidad de València reparte 33 concejales, a razón de unos 11.000 votos por concejal aproximadamente, pero como quiera que para tener acceso a los consistorios se necesita superar el 5% del total de votos válidos -en València unas 20.000 papeletas más o menos-, lo usual es que la entrada en la asamblea valentina sea con 2 ediles para empezar. Todas estas circunstancias hacen verosímil que hasta seis candidaturas puedan obtener representación local en los comicios del próximo mayo.

Contrariamente a lo que ocurre cuando se reparten pocos cargos, los 33 ediles valencianos en juego y que se prorratean siguiendo la ley d'Hont, suponen un número alto de escaños, lo que favorece a los partidos pequeños que consigan superar el 5%. Esto quiere decir que, por mucho que se empeñe el Partido Popular en anular la emergencia de Vox, o los partidos hegemónicos de la izquierda, Compromís y PSOE, en liquidar a Podemos -València en Comú- u otras marcas, lo tienen difícil para conseguirlo y, además, puede que ni les convenga.

Dato a tener en cuenta es que el actual Gobierno municipal se sustenta en tres partidos que suman 17 concejales, por 16 de la oposición, un suspiro como hemos señalado antes. No obstante, el diferencial de votos entre el bloque conservador y el progresista fue algo mayor: 25.000 papeletas más a favor de la izquierda, aunque conviene recordar que el PP venía de perder más de 100.000 sufragios, de los que solamente 63.000 fueron a parar a Ciudadanos. En el bloque progresista, en cambio, los socialistas sufrieron una sangría cercana a los 30.000 votos, mientras que Podemos irrumpió con 40.000 votantes nuevos y Compromís triplicó sus expectativas ganando 60.000 apoyos respecto a las anteriores elecciones.

Lo más curioso de aquellos pasados comicios fue precisamente ese vertiginoso crecimiento de las huestes del actual alcalde, Joan Ribó, a pesar de la falta de un proyecto más claro para la ciudad por parte de dicha formación. Ribó, sin embargo, se vio favorecido por su correosa campaña contra la corrupción del PP así como por una constante presencia en los barrios periféricos, pescando en los caladeros jóvenes y abstencionistas, además de enarbolar la enseña de los resistentes del Cabanyal.

La gobernación de Ribó para València, en cambio, ha hecho aguas en el Marítimo pero se ha sostenido gracias a la ofensiva ciclista que ha puesto en marcha su edil más ecologista, el osado Giuseppe Grezzi, centrada en el corazón de la urbe donde mayormente residen los votantes conservadores, lo cual ha generado una dura controversia, de ahí que la reordenación del tráfico en la calle comercial de Colón sea un campo minado de imprevisibles consecuencias electorales. No en balde, la recién nombrada candidata a la alcaldía por el PP, María José Catalá, municipalista en otros tiempos, ya ha colocado el carril-bici de Colón en el epicentro de su proyecto.

Mientras, hace apenas escasos días, los socialistas lo fiaban todo a un programa de grandes inversiones estatales, anunciando la perforación del Ensanche y los fondos marinos de las playas de las Arenas y la Malvarrosa con túneles para trenes y camiones. Es posible que no recuerden el fracaso que supuso para el entonces alcalde Pérez Casado la exhibición de potentes obras públicas, al que se tachó por ello de faraónico. En cualquier caso, no vemos a la candidata Sandra Gómez capaz de revertir ese peligro elaborando un antídoto a modo de new deal a la valenciana siguiendo las enseñanzas de Keynes y Roosevelt.

Así pues, la campaña por Valencia ya ha empezado como es fácil comprobar. Falta saber en qué quedan las luchas fratricidas de la izquierda más radical y las posiciones valencianas de Vox, que no es poco teniendo en cuenta el propicio caldo de cultivo para la demagogia desatada que supone el fantasma del catalanismo y la espinosa temática lingüística que nos ocupa a los valencianos desde el siglo pasado. Desde esos dos polos la tendencia natural es al empastre populista. Son los partidos más moderados los que se encuentran ante la tesitura de dejarse arrastrar por los espectros del pasado o aportar cordura al ambiente político valenciano.

La parálisis catalana provocada por el independentismo debería ser un buen espejo para apostar por otras vías. Empresarios, profesionales y ciudadanos de orden en general esperan con cierta inquietud que algún político les ofrezca proyectos de crecimiento, ideas con imaginación, nuevas tecnologías y estéticas modernizadoras. Así estamos, a la espera.

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