Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La tercera columna

Trampas al discurso democrático

En la legítima pretensión que todo jugador tiene por ganar en un juego, puede ocurrir que acabe llegando al límite del "todo vale". Incluidas las trampas. En la política, que desde el punto de vista de la competencia electoral y en un sentido figurado podría guardar cierta similitud con un juego, puede pasar que algún partido entienda que ganar las elecciones es el objetivo a cualquier precio. La conquista del poder por encima de todo. En estos casos, la cuestión que interesa aclarar es si dentro de ese precio también caben las trampas. Es decir, trampas al discurso democrático.

Últimamente, atendemos a un juego discursivo que viene reconfigurándose a marchas forzadas desde el tablero andaluz: el PP ha ido asumiendo parte del discurso de Vox y Cs, aunque no lo reconozca y de una forma más sutil, también.

Sabemos, porque desde la noche del 2 de diciembre nos lo vienen explicando con claridad meridiana, que la idea sería que Andalucía sirva de laboratorio político para la refundación de una nueva derecha dispuesta a erigirse como modelo exportable ante la próxima cita electoral del mes de mayo. El objetivo fundamental, claro está, es el de intentar conquistar el máximo número de gobiernos locales y autonómicos con el apoyo y la complicidad Vox. El juego de hacerle el juego a la ultraderecha.

A partir de ahí, y teniendo en cuenta que en toda partida lo importante es que los jugadores acepten las reglas, bien podemos afirmar que aquí en la Comunitat, y a la vista de las últimas declaraciones y entrevistas realizadas a los principales representantes de PP y Cs, éstos las han aceptado sin ningún tipo de pudor. Solo hay que ver con qué naturalidad los dos partidos van mimetizándose y, a la vez, adaptando sus discursos en la línea de intentar trasladar a esta comunidad un posible acuerdo a la andaluza con la ultraderecha.

Para ello, se recurre sin escrúpulos a la narrativa identitaria, el conflicto lingüístico y la cuestión soberanista a través de la falsa idea del "efecto contagio". Un ejercicio de demagogia política con el que se pretende desviar el debate fuera de la clave autonómica. Y, lo que es peor aún, dejando en un segundo plano la discusión de aquellos problemas sobre los que realmente la sociedad merece atención y respuestas por parte de quienes pretenden ser merecedores de su confianza.

En definitiva, lo que se reclama desde la derecha valenciana es que en los próximos meses se hable más de Cataluña que de la Comunitat. A la vista de lo cual, me pregunto si esto no es hacer trampas al discurso democrático, limitando la posibilidad de que el electorado pueda atender a un debate político con carácter reflexivo y, sobre todo, honesto. En cierto sentido, una lógica que pone a la sociedad valenciana frente a la tesitura de tener que valorar qué partidos son los que ofrecen una discusión política de calidad, capaz de construir un relato propositivo ante una realidad social y económica cada vez más compleja frente a aquellos que no ven más allá de la conquista del poder. ¿A cualquier precio?

En un contexto de competencia electoral con partidos que no juegan limpio, el pluralismo político se debilita. Construir el discurso creando fracturas en la sociedad y profundizando en ellas con el objetivo de arañar votos, es una irresponsabilidad de primera magnitud que, además, erosiona la democracia.

A veces, no está de sobra que recordemos que democracia es, además de votar, deliberar, discutir, consensuar y, sobre todo, escuchar.

Compartir el artículo

stats