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Tribuna

Cada segundo de lo que quede

Cuando a mi padre le diagnosticaron su primer cáncer, me lo comunicaron primero a mí. A él le molestó. A mí también, pero en ese momento era lo que menos importaba. Nunca lo olvidó. A él, según confesó en alguna ocasión, le hubiera gustado gestionar los tiempos y quién sí y quién no debía conocer su complicada situación médica. Como es un drama cuando te informan sobre tu mala salud, supongo que los médicos ya tendrían estudiado el sistema de hablar primero con los familiares para que éstos fueran preparando el terreno y evitar el shock en el que queda un paciente cuando se le diagnostica una enfermedad irreversible. Ahora todo cambia por mor de la Ley de Protección de Datos y a mí, particularmente, no me parece mal. En mi opinión se debe informar al paciente por muy duro que resulte el trance para el enfermo y el profesional de la medicina. Siempre hay excepciones, por supuesto. Si uno está en una situación de discapacidad y se debe tomar una decisión urgente, no queda más remedio que dejar en manos de la familia cualquier medida. Es de sentido común. Pero en el resto de los casos, cuando afrontas una grave enfermedad, si eres una persona adulta en plenas facultades mentales, es tu derecho saberlo el primero y hacerlo público o callarlo.

Conozco casos en los que los familiares, con la mejor de las intenciones, han ocultado al enfermo que le quedaban pocos meses de vida, hurtándole el derecho de tomar decisiones legales y emocionales. No estoy de acuerdo. Yo, como mi padre, deseo afrontarlo, que se me diga a mí, para aprovechar hasta el límite cada segundo de lo que me quede. Por ello me alegra que la ley nos proteja ahora de tantas buenas intenciones que pueden causar sin querer un daño irremediable y marque a los facultativos un protocolo que les facilite un momento que, seguro, también es penoso para ellos.

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