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Matías Vallés

Golpe militar en Venezuela

Encomendar el ministerio de Defensa venezolano a un general apellidado Padrino López no es una casualidad, es un requisito. Don Padrino debería ser el socio destacado del chavismo, un personaje caricaturizado por García Márquez, aunque solo fuera por el rendimiento económico que le extrae al régimen junto a sus conmilitones. Sin embargo, al Padrino López ni tocarlo, porque forma parte de los sueños dorados de bolivarianos y de... bolivarianos, dado que se ha visto al presidente autoproclamado Juan Guaidó exhibiendo la efigie acartonada de Don Simón.

Se impone tomar resuello. Nicolás Maduro ejerce de tirano incurable, pero su Goering/Zhukov con el pecho cosido a hojalata será un soldado ejemplar según el bando que elija. Y acertará en los dos casos. Por tanto, cuando Libération se plantea pedagógico «Venezuela: ¿puede hablarse de un golpe de Estado?», basta efectuar una corrección de estilo. El mundo asiste a un nuevo ejemplo de golpismo militar, su envase estatal sirve apenas de anécdota.

Igual que hubo un marxismo caribeño encarnado por Fidel, y enriquecedor de los hoteleros españoles que se asociaron al cincuenta por ciento con el castrismo, también el golpismo caribeño es simétrico. El chavismo ya ha comprado a los militares, los soportes de Guaidó solo pretenden un traspaso mejorando la prima de fichaje. Los únicos ganadores del conflicto son los generales, a quienes ambos bandos permitirán que sigan enriqueciéndose con la corrupción. Para elegir la solución más democrática, solo tienen que auditar sus futuras ganancias. Sin ánimo de desalentar a quienes se empeñan en utilizar la cápsula del Derecho Internacional, resulta un poco extraño que unos miserables acreditados dispongan de dos salidas igualmente rentables, y que sean réprobos si desfilan ante Maduro pero de impecables credenciales en cuanto se pliegan al Washington de Donald Trump, que ésa es otra.

El abrazo de los demócratas a los militares de Maduro puede disfrazarse de amnistía, como es el caso, pero también aquí recuerda al generoso perdón fiscal de Rajoy a sus multimillonarios. Socios asimismo de Castro, para que todo cuadre. Si la abstracción del carnaval sangriento fuera posible, ni siquiera la convivencia de un jefe del ejecutivo y otro del legislativo con competencias en disputa suena esotérico. Se viene repitiendo en España durante esta legislatura truncada, donde las leyes del Gobierno se estrellan por sistema contra el Congreso.

La ayuda ideológica le ha llegado a Venezuela desde España, del mismo modo que ocurriera en 1498. En esta ocasión, el Colón se llama Aznar, que ha descubierto el Orinoco al grito de ·»ahora o nunca, vida o muerte». No está mal para quien jamás ha pisado una trinchera, aunque esta excitante invitación a matar venezolanos suena a parodia de Margaret Thatcher indicándole a Ronald Reagan quién llevaba los testículos en Occidente. Cuando el expresidente español urge al combate con el denuedo de La Pasionaria, está reclamando que se prenda fuego en Caracas a un nuevo Irak, y otra vez con la riqueza petrolífera en juego.

La liberación a muerte de Irak, perdón, de Venezuela, no levanta las mismas pasiones en Europa que en Aznar. El exterminio de unas decenas de miles de sudamericanos preocupa menos que el encastramiento de la crisis en una nueva Siria, siempre en la edulcorada versión caribeña. Aunque tratándose del expresidente que está hundiendo las opciones de Casado no puede descartarse ningún disparate, el golpe militar ambidextro garantiza al menos que los militares se mantendrán ocupados y potentados después del «vida o muerte». Desaparece así la tentación de la desbaazificación que dejó ociosos a los verdugos uniformados de Sadam, los cuales a continuación se entretuvieron fundando el Estado Islámico. Movimiento terrorista que en este caso se llamaría Estado Bolivariano.

Pecaría de asimetría quien retratara a Aznar como émulo de Thatcher, sin recordar que convive en entente cordiale con Felipe González en esta empresa militar. El buen sentido debería ahorrarle las aventuras venezolanas al gran amigo del funesto Carlos Andrés Pérez, amén de presidente del Gobierno cuando las Galerías Preciados de Ruiz Mateos fueron entregadas a los tiburones Cisneros. Más repulido que el líder del PP, el antiguo socialista se ha refugiado en una interpretación fidedigna de la Constitución venezolana, repudiada por medios respetables como Der Spiegel. Sin embargo, solo a un superviviente del naufragio del Derecho Internacional se le ocurriría mantener que se está librando un duelo legal. En cuanto a la sugerencia coactiva de elecciones que emana de los primeros ministros españoles, desde el exterior puede resultar curioso que una monarquía exija urnas a una república. O que satanice a Maduro mientras eleva a los altares al Padrino López.

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