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Modelos de sociedad

Hace dos siglos comenzó a troquelarse el modelo social de género que aún hoy disfrutamos, a veces atenuado. El ámbito doméstico se consideró femenino: mujeres y niños quedaban en la esfera de la casa. Hace unos dos siglos comenzó a troquelarse en Occidente el modelo social de género que aún disfrutamos, a veces atenuado como la gripe cuando ataca a un sujeto que lleva la vacuna puesta. Allá por entonces la industrialización y el auge de la clase media establecieron un prototipo familiar que dicha clase fijó como base de la sociedad. Los papeles quedaron muy bien definidos y repartidos. El ámbito doméstico se consideró femenino: mujeres y niños, seres delicados y débiles, quedaban en la esfera de la casa, a salvo y protegidos del áspero mundo exterior. A éste, lleno de trampas, peligros, tentaciones y violencia, salía a luchar el hombre. Huelga decir que, gracias a ese esquema, el hombre se apropió del control de los medios de producción y, en suma, de la economía, y la mujer se vio reducida a una eterna minoría de edad.

Esta ideología se difundió mediante la religión y, asimismo, a través de la cultura popular. Novelas y revistas femeninas enseñaban cómo ser «la luz del hogar», ideal que se remachaba sin parar hasta convertirlo en una segunda piel. Las mujeres -hermanas, esposas, hijas- por naturaleza eran pasivas, dóciles, inferiores en físico e incapaces de llegar a las alturas de la mente masculina; tendían de manera innata a la pureza, la belleza y la dulzura; incapaces de gobernarse, estaban hechas para la obediencia, encontraban placer en las tareas domésticas, y justificación existencial en ser el refugio al que acudían los hombres tras su lucha cotidiana. La ciencia además se encargó de poner su granito de arena en el conjunto, y durante el siglo XIX se extendió el convencimiento médico de que, como ente, la mujer venía a ser poco más que un mero aparato reproductivo. Éste regía todas sus debilidades corporales y mentales, que eran legión, y la convertía a la vez en víctima y prisionera. De un plumazo, se le enalteció en exclusiva la maternidad como destino.

Cada época tiene sus modelos, y si algunos caducan -a ciertos niveles-, una nueva batería no menos perniciosa corre a sustituirlos. Hoy el pensamiento correcto, respaldado por los intereses económicos, acecha y se inocula desde los lugares más aparentemente inocuos, como la publicidad. Así lo demuestran, por ejemplo, las tiranías de la forma física, la eterna juventud o el culto al dinero. Por no hablar de esa generación de «princesitas» vestidas de rosa y «campeones» vestidos de superhéroes norteamericanos, mercantilizada desde la cuna, que tenemos ya con nosotros y promete dar un juego comercial extraordinario a medida que vaya creciendo.

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