Sin lugar a dudas nos encontramos en un momento excepcional para el campo valenciano. El mundo rural se resiente, año tras año, buscando sobrevivir a duras penas en una economía globalizada que castiga duramente al eslabón más débil de la cadena, el productor, el agricultor. Crisis y naranjas son dos palabras históricamente asociadas. Ya en febrero de 1908 Federico Barrachina Pastor, abogado y Notario natural de Cocentaina (Alicante) nos hablaba de la Crisis Naranjera, sus causas y sus remedios, una obra de referencia de la que la Biblioteca Nacional dispone de dos ejemplares.

Ciento once años después, seguimos con el problema, ahora bajo la denominación de crisis citrícola dada la transversalidad del momento actual. Pero lo que es cierto es que la palabra crisis sigue lastrando a todo el sistema agroalimentario que se configuró con el Tratado de Roma y que siempre queda relegado a pesar de las advertencias y señales de alarma que cada vez con mayor frecuencia vienen dándose. Y el momento que nos ocupa es buena prueba de ello.

Lamo de Espinosa ya nos hablaba de una inexistente «política agraria nacional», condicionada hasta el extremo por las políticas agrarias autonómicas que venían a romper ese imprescindible unidad de mercado que tanto demanda la UE, aún más con el nuevo escenario de la PAC. Un contexto que frena y difumina nuestras oportunidades para poder desarrollar eficientemente ese art. 149.13 CE, o el 149.6 CE y el 148.7 CE. Porque solo la unión hace la fuerza. Fuerza necesaria para afrontar con mayores garantías este complejo escenario global.

Una unión difícil de articular en este país de individualismos encontrados, como bien saben todos los protagonistas de esta historia que nació en el Jardín de las Hespérides y su árbol de las manzanas de oro, que según la mitología no eran manzanas, sino naranjas. Un fruto que desde oriente llegó a nuestras tierras, desarrollándose su cultivo en el siglo XVIII de la mano de un sacerdote de Carcaixent, Vicente Monzó. Una historia de éxito, sin duda, que aprovechó esa crisis agraria del XIX para apuntalar su posicionamiento en el mercado nacional e internacional, convirtiéndose en la locomotora de la economía española.

Una evolución histórica ligada a esta tierra como bien referenciaron Blasco Ibáñez, Sorolla o Benlliure, que ha ido superando crisis tras crisis, y que ahora más que nunca debe adoptar un enfoque prospectivo, innovador y constructivo para reforzar ese marcado carácter agroexportador de la agricultura mediterránea. Porque ante las incertezas de la economía global, ya no nos vale solo nuestra sobresaliente situación geoestratégica, ni las bondades de un clima privilegiado, para mantener una posición competitiva sólida de nuestras naranjas, cuya calidad es incuestionable, pero sometida a un sistema de costes que hacen inviable la sostenibilidad de un modo de vida ancestral.

Amenazas y debilidades de un sector que siempre se ha hecho fuerte en su capacidad por adaptarse a los cambios tecnológicos en la distribución y la comercialización, pero que ahora necesita reforzar la formación, la investigación y el apoyo tecnológico para poder desarrollar con garantías la agricultura mediterránea del futuro, que ya está aquí.

Ríos de tinta han y están corriendo estos días sobre esa ciclogénesis explosiva que se ha producido sobre nuestras explotaciones citrícolas en esta campaña. No es el momento del recurso táctico ante la proximidad de citas electorales, que solo hacen que encender los ánimos de los más perjudicados, esos agricultores que se sienten engañados o utilizados por aquellos que decimos ser sus legítimos representantes en los foros políticos.

Conscientes de que Sudáfrica es parte del problema, no podemos obviar la competencia en aumento de Egipto, Turquía, Marruecos, Argentina o Brasil. Una distorsión que debemos atajar exigiendo la salvaguardia de nuestros productores y una justa reciprocidad laboral, medioambiental, fiscal y fitosanitaria para poder competir en condiciones. Y todo ello unido a una necesaria autocrítica para afrontar esos deberes cítricos pendientes, como apuntaba ya Vicente Caballer desde la UPV, o Cristóbal Aguado desde AVA en 2007.

Todos coincidimos en el análisis, en el diagnóstico. Apliquémonos pues en las soluciones para desanclar un producto que vive atrapado entre el viejo modelo y los intentos de modernización. Porque la naranja es patrimonio de todos.