Doscientos años más tarde de la aprobación, en Cádiz, de la primera Constitución española, se puede decir, en palabras irónicas de Andrés García Reche, que este país ha cogido cariño a las dos Españas - que vinieron a helarle el corazón a Antonio Machado - y ya no puede vivir sin ellas. Una España enamorada del progreso y otra incapaz de admitir lo nuevo; una anclada en la uniformidad y otra conformada desde la diversidad.

Y todo ello, con sus contradicciones y conflictos que se manifiestan, desde hace siglos, y se presentan, hoy, con motivo de la apuesta independentista llevada a cabo por los dirigentes de una parte significativa de la sociedad catalana. Continúa pendiente, pues, el conflicto entre las diferentes concepciones patrióticas existentes en nuestro país, cuestión a la que Manuel Azaña se refería hace más de cien años, 1911, en la conferencia impartida en su pueblo, Alcalá de Henares, como, el problema español.

Es la visión de la historia de España, que vuelve a plantearse desde posiciones enconadas por grupos sociales o territoriales españoles, de uno u otro signo político, presentando de nuevo el dilema entre el enigma de España o su realidad histórica, por cuya interpretación ya disputaron, en el pasado, sin encontrar definitivamente puntos de encuentro, Claudio Sánchez Albornoz y Américo Castro. Recientemente, la revista Saitabi, en el dossier monográfico, coordinado por Justo Serna, «La revolución de nuestro tiempo», trata de arrojar luz al desencuentro, ofreciendo, con perspectiva europea, una visión comparada de las revoluciones del siglo XX.

Mientras tanto, los enfrentamientos por himnos y banderas, se suceden en nuestro país, sea con ocasión de la conmemoración de la toma de Granada, 2 de enero de 1492, o incluso, con motivo de un gag cómico, aun con poca gracia, al simular un humorista que iba a sonarse con una bandera de España. Al mismo tiempo, un ilustrador gráfico, El Roto, trata de poner las cosas en su sitio, al reconducir los excesos buscando un planeta sin banderas, o poniéndolas en su sitio. Así, advierte entonces, «cuando me vienen con banderitas, agarro las tijeras y hago trapos de cocina». Todo ello con el debido respeto, quiero entender, evitando motivos de enfrentamiento.

Solo el pragmatismo del pueblo español, entre el cual naturalmente el catalán, hasta que pudiera decidirse democráticamente lo contrario, ha de hacer ver a sus dirigentes que la razón es la única fórmula válida para lograr los cambios democráticos que pudieran perseguirse, pues lo razonable resulta ser, a la larga, una conducta rentable. Y, ello, poniendo en primer lugar la mejora en las condiciones de vida de los ciudadanos, todos, en una apuesta inclusiva, no excluyente, de la ciudadanía. Sin ignorar el sabio consejo en favor del entendimiento, de Amos Oz, escritor pacifista israelí, recién fallecido, al afirmar que para llegar a acuerdos debe tratarse de encontrar al otro en algún punto a mitad del camino. Como para alcanzar la verdad.