La fama de febrero como mes de contrastes atmosféricos está escrita en el historial de efemérides meteorológicas en España. Grandes fríos, temporales de viento extraordinarios y advecciones de aire cálido con temperaturas anormalmente altas llenan de hitos las páginas de la historia de nuestro clima, haciendo de este mes no solo uno de los más impredecibles, sino también uno de los más temidos, sobre todo en las zonas agrícolas junto al litoral mediterráneo. Probablemente, el caso más rememorado es el del glacial febrero de 1956, que dejó su huella en toda España y el resto de Europa y que, a fecha de hoy, podemos seguir considerando como uno de los meses más fríos de la historia. El día 2 se alcanzaron -32 ºC en el Estany Gento (Lleida), temperatura más baja en la red meteorológica oficial española. El día 11, València y Castelló registraron sus récords de frío del siglo XX: -7,2 y -7,3 ºC, respectivamente. Pero el episodio de 1956, pese a ser uno de los más importantes, comparte protagonismo con muchos otros desde finales del siglo XIX. Así, debemos recordar el que arrancó el 14 de febrero de 1888, que se caracterizó por una semana de nevadas continuas en Asturias, Cantabria y otras zonas del norte, con espesores que alcanzaron los cuatro metros. Las imágenes de poblaciones como Reinosa hablan por sí solas de un temporal excepcional, difícil de imaginar en el presente. Medio siglo después, aunque sin alcanzar semejantes espesores, a finales de febrero de 1944 otro gran temporal de nieve causó un notable impacto en gran parte de España, incluida la zona mediterránea. Su dato más destacado, no obstante, probablemente fueron los -22,5 ºC que se observaron en Albacete el día 25. Nieve, olas de aire polar continental con efectos catastróficos (las temidas heladas negras) en el campo€ Es el carnet de identidad meteorológico con el que febrero se ha presentado algunos años, pero también lo ha hecho otras veces con los temporales de viento más temibles. La semana próxima se conmemorará el 78 aniversario del Incendio de Santander, ocurrido los días 15 y 16 de febrero de 1941. Vientos con velocidades que superaron los 150 kilómetros por hora avivaron y propagaron el fuego de un incendio desatado en la capital cántabra, en la que fueron arrasadas 37 calles con sus correspondientes edificios. Buena parte de su casco antiguo fue borrado del mapa por las llamas durante aquella surada, cuyo origen estuvo en una borrasca tan profunda que en su centro la presión atmosférica sólo era de 951 milibares. Aunque no es comparable, en 1989 otro temporal de viento, el del 25 de febrero, dejó en València rachas de 117 kilómetros por hora, récord que sigue vigente. Pero es que lo de febrero no se queda ahí, porque a veces su comportamiento ha sido totalmente distinto, como en 1990, año en el que fue tan cálido que en algunas zonas del Mediterráneo la temperatura media superó los 15 ºC. Como se ve, en lo meteorológico puede esperarse casi cualquier cosa en el mes de febrero.