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Javier Cuervo

Ropa polar y guerra fría

Es necesario que se reúnan Donald Trump y Vladimir Putin para escenificar el regreso de la guerra fría rompiendo ante las cámaras el acuerdo de Washington del 8 de diciembre de 1987, que Mijail Gorvachov, entonces líder soviético, veía como "el hito separador entre la época de creciente riesgo de guerra nuclear y la era de desmilitarización de la vida de la humanidad". El mundo entero observó en directo cómo Ronald Reagan representaba en el Ala Este de la Casa Blanca la ceremonia calurosa que acababa con la guerra fría eliminando los misiles nucleares o convencionales con alcance entre 500 y 5.500 kilómetros.

El cambio climático político devuelve a la guerra fría después del enfriamiento social de las zonas templadas del estado del bienestar y Europa debe aprovisionarse de prendas de forro polar. En las reuniones que conmemoraron el centenario del fin de la Primera Guerra Mundial las preocupaciones fueron el nacionalismo y el recordatorio de Trump de que Europa necesita un ejército propio que la defienda (de él, también).

China tiene un avión que vuela a seis veces la velocidad del sonido y se ríe de los misiles crucero que está mejorando Estados Unidos para que alcancen Asia. Contra el nuevo armamento hipersónico, que prueba Rusia, hay poca defensa. Vuelve la pasarela armamentística. En el régimen único, el mercado no disuade al mercado y la carrera armamentística permitirá que los impuestos inviertan más en juguetes bélicos y gasten menos en presupuesto social.

Hacen falta las imágenes rompedoras de Putin y Trump para que nos demos cuenta de que se impone la dieta caníbal (compatible con el veganismo) y la coronación colateral de Corea del Norte como modelo: sociedades de mierda, bien armadas.

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