Excepto entre los políticos, profesión que practica el canibalismo homófago (ver Casado), rige para casi todas las demás dedicaciones el principio no escrito de «perro no come perro» Es decir, el médico no denuncia al médico, el abogado no llama a declarar al abogado, la alumna no denuncia al compañero que la incordia y bajo ningún concepto el delincuente se chiva al policía. Es una idea del deber mafiosa y kantiana, porque atiende más a la forma que al contenido: los trapos sucios se lavan en casa o se esconden debajo de la alfombra.

Digo esto porque, sin pretender caer en la endogamia y habiendo yo escrito el pasado lunes una columna que siendo generosos podríamos calificar de insoportable, me sorprende que ningún colega conocido o desconocido de los que pastoreamos en la pradera de este periódico no me haya trasladado alguna queja o mensaje crítico. «Martín, ¡qué cosa más insoportable escribiste el lunes!», por ejemplo. Sólo se me ocurre una explicación para esta caverna sin ecos: que además de no comer perro, tampoco nos olemos el culo, es decir, no nos leemos.

Digo esto, tampoco seamos hipócritas, como prefacio, introducción, preámbulo o proemio, como escribiría el columnista J.V.Yago, para meterme con la última, por limitarme, columna del columnista J.V.Yago, esa que escribió el pasado miércoles contra los profesores valencianos («Llevarse los exámenes» no ver Levante-EMV, 6 de febrero). Si lo que uno escrivivió el lunes fue insoportable, lo de Yago era insoportable y gratuitamente malvado. Por obligada bondad, sólo se me ocurre una justificación: que mi lectura haya sido miope y precipitada y que su artículo haya sido construido ad absurdum: que tanta majadería junta e imposible buscara el efecto contrario. En fin, tras el perro no come perro y como me queda un poco de longaniza, déjenme atar otro galgo.

Leyendo (como en las pelis malas, el mismo día, three páginas later) lo que dice el cardenal Cañizares sobre la enseñanza y esa campaña político económica («Yo elijo»), que confunde el deseo (de elegir lo que te dé la gana) con el derecho (a que te lo paguen), uno acaba por percibir una especie de metástasis semántica diabólica, si existiera el diablo. Se trata de un empeño por retorcer y asociar la distinción enseñanza pública/privada con el adoctrinamiento y la libertad. Así, del lado de la pública caería «la amenaza de la libertad», «las leyes liberticidas», «el estalinismo», «la dictadura de la ideología de género», «la esclavitud venezolana», «el adoctrinamiento»...; mientras, del lado de las privadas no existiría más que la libertad y la liberadora ideología religiosa desadoctrinadora. Es curioso. Estoy por comprarme un camión y hacerme oir.