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Matías Vallés

Terminator contra relator

La fiscalía de la Audiencia Nacional duda de que haya «imparcialidad y serenidad» si el procés se juzga en Cataluña. Es decir, el fiscal de la elevada institución independiza a la citada región, al situarla en el extranjero. Es de suponer que la parcialidad y excitación denunciadas también desacreditan a las universidades y hospitales catalanes, clasificados sin embargo entre los mejores de España y del mundo. Se requiere mucha templanza para confiar en que un operador jurídico que profesa esa letanía inconstitucional, posea la «imparcialidad y serenidad» para participar en un drama judicial donde se juega la integridad del Estado. Por supuesto, el acusador público no ha sido relevado de inmediato de la posición que ha abusado.

Por contra, una manifestación masiva en Madrid a dos días del juicio al procés en el Supremo no entorpecerá la «imparcialidad y serenidad» de la capital, aunque se desconocen los estudios que clasifican a determinadas ciudades españolas de imparciales y serenas por encima de cualquier terremoto. Así se desarrolla Terminator contra Relator, la última superproducción del género de monstruos. Según la sinopsis de este título a estrenar, las derechas terminantes intentan arruinar los intentos de Sánchez para relativizar la cuestión catalana.

El cartel promocional de Terminator contra Relator fue desvelado en la portada íntegra de ABC del pasado jueves. Los tres protagonistas exterminadores compiten por el papel protagonista, con una fiereza que no se recordaba desde que Bette Davis y Joan Crawford llegaron a las uñas. La derecha requiere un líder único, y el diario se veía obligado a empotrar a Pablo Casado, Albert Rivera y Santiago Abascal. Juntos, revueltos y envueltos en la bandera. Cada triunviro viril pugna por arrebatar los focos a sus rivales. Enfrente, Pedro Sánchez no encaja en el rol de independentista, pero su interpretación del papel de Relator ha desatado el pánico entre sus adversarios del PP. Y sobre todo, entre sus enemigos del PSOE.

El exceso de tráfico por la derecha obliga a Casado a insultar con el apasionamiento escasamente imparcial y sereno de Nicolás Maduro. En la lucha del supuesto presidente del PP por ser más de Vox que nadie, solo le faltó exceptuar a Cataluña de su cruzada contra el aborto, por las mismas razones industriales que le impulsan a promover la natalidad a ultranza. Aznar le ha ordenado que copie su Blitzkrieg, al grito de «váyase señor González». Los excesos artilleros, que en geografías más parciales llamarían mala educación, olvidan que Sánchez carece del lastre de una década de poder absoluto a sus espaldas. El exiguo currículum del socialista, madrileño para más señas, impide colgarle un Gal aunque los alaridos del presidente peor valorado de los populares inviten a concluir que el presidente del Gobierno ha matado a inocentes con sus propias manos.

La cólera aporta un espectáculo impagable, pero no siempre corre proporcional a los votos. No puede descartarse que Terminator Casado y sus palmeros de la franja extremeñocastellanoaragonesa del PSOE refuercen a Relator Sánchez, que casi aparece como un personaje cultivado frente a la barbarie desplegada por su agresor. El presidente del PP invita a los socialistas a «rebelarse» contra el usurpador de La Moncloa. Por lo visto, las rebeliones se tornan virtuosas en cuanto las empuña la derecha. Como la mayoría de asuntos, dicho sea de paso.

El histerismo solo demuestra que a Casado le duelen las malas notas del CIS, donde Cataluña carece de la trascendencia catastrófica que le asignan las derechas. El argumento más sólido del PP contra Sánchez ridiculiza su voluntad de perdurar en el poder, salvo que el instinto de supervivencia nunca fue un vicio en un gobernante con un año en el cargo por cumplir. Más peligroso resulta que el irritado presidente popular se burle de un rival con solo 84 diputados. Renueva el ridículo de la derecha, desarbolada por tan menguada tropa.

Hay tantas derechas, que un solo artículo no basta para contenerlas. Ciudadanos finge desconocer a Vox, pero auspicia que la ultraderecha moderada presida la comisión andaluza que engloba la memoria histórica. Vox también pretende la exhumación de Franco, con la particularidad de que quiere exhumarlo vivo. Las dos españas pugnan por la vigencia del dictador, como casi siempre.

Mientras la política española se aferra a sus raíces medievales, el intrépido Donald Trump anuncia su segunda cumbre con Kim Jong-un, y confiesa «una buena relación» con el mandatario norcoreano al que quería exterminar mediante el arma nuclear. El inquilino de la Casa Blanca ha fijado el encuentro en Vietnam, país gobernado por el régimen que mató a sesenta mil soldados estadounidenses hace medio siglo, por no hablar de la viceversa. Qué primitivos son los extranjeros, frente a la «imparcialidad y serenidad» del ruedo ibérico.

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