Después de tanta espera, por fin ha llegado el día. Los herederos de aquella extraña pareja que fue expulsada del paraíso y que, presuntamente, juraron regresar para recuperar lo que consideraban suyo, ya lo han conseguido. Los descendientes de Adán y Eva, más concretamente la Iglesia católica, han recuperado el paraíso perdido. Estos míticos antepasados gozaban de todo tipo de comodidades: abundante comida, nada en ese edén resultaba peligroso, nada amenazaba su posición privilegiada. Vivían como reyes. ¡Mejor! ¡Como dioses! Pero su codicia les pasó factura. Traspasaron la única línea roja dibujada por el dueño de aquel vergel; lo tenían casi todo, pero quisieron más y acabaron desahuciados para siempre. ¿Para siempre?

Desde entonces, los descendientes no han tenido otra obsesión que regresar al edén, donde quiera que este estuviese.

Inventaron el reino celestial, lugar idílico pleno de felicidad y a salvo de cualquier amenaza del mal. ¡Problema! Que era tan utópico como la isla de Jauja. Las escasas garantías de su existencia y el particular medio de acceder a él (pasando a mejor vida), les empujó a buscar ese paraíso en la tierra. ¡Lo que va delante, va delante! ¡Que nos quiten lo bailao!. Fueron, han sido y son, los lemas que han guiado su camino.

Los descendientes aventajados (hoy, en nuestra sociedad, la Iglesia católica) han sabido erigir a su alrededor su propio vergel, plagado de privilegios, donde la vida les resulta muy cómoda y sin los problemas comunes de los mortales.

No pagan impuestos por los inmuebles de su propiedad, no pagan impuestos cuando hacen negocio con pisos, garajes y bajos comerciales de su propiedad, ni por entradas, ni por donaciones, ni por reformas, ni… Reciben del Estado anualmente libre de impuestos más de 11.000 millones. Un auténtico paraíso fiscal.

Disponen de su propio código legal con el que «castigan» a sus curas pederastas (no a todos, claro) a vivir lejos de sus víctimas. También gozan de inmunidad moral: mientras la sociedad critica a los políticos que se enriquecen a costa del pueblo, bendice la acumulación de riqueza que lleva a cabo la Iglesia (apropiaciones de inmuebles); mientras se defiende la libertad de conciencia como un valor esencial, se acepta el adoctrinamiento religioso en las escuelas; mientras se repudia enérgicamente la violencia sexual, se mira para otro lado en los casos de pederastia eclesial.

En su nuevo paraíso no sirven las reglas normales del pensamiento. Las contradicciones lógicas, incomprensibles para la mente humana, en el caso de la Iglesia, se toleran como si no pasara nada: predican la pobreza y viven en la opulencia, ensalzan la inocencia y ocultan la violación de niños, valoran la caridad y les mueve la codicia; su reino no es de este mundo, pero se están apropiando del patrimonio material del pueblo. En fin, que después de dos mil años de persistencia, el sueño de Adán y Eva se ha hecho realidad! Han vuelto a casa, a su paraíso particular. ¿Para siempre?