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El nuevo calendario

Ya es un hecho aceptado que lo primero que hacemos los humanos nada más despertarnos es mirar el móvil. Por ver qué hora es. Por ver qué tiempo hace. Por si nos han enviado un mensaje. Por ver qué ha pasado mientras dormíamos. O por ver qué está pasando en ese preciso momento en que abrimos el ojo. Una gran mayoría acude a su red social favorita -pongamos Twitter- para ver de qué está hablando la gente a esas horas. Y, entre los previsibles temas de conversación, tipo #Yovoy y #Yonovoy, “Día de partido”, “Feliz domingo”, “Javier Marías” o “Gabriel Rufián”, nos encontramos algún asunto sorprendente. Por ejemplo, el pasado domingo el tema sorpresa era “Día mundial de las legumbres”. Uno, de toda la vida, es muy fan de las legumbres. Entiende los beneficios para la salud. Incluso la promoción de las tierras que las producen. Pero dedicarles un día parece un poco excesivo. Movido por la curiosidad, uno indaga un poco más. Y descubre que tras la conversación está la FAO (la organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura), cosa lógica y plausible. Y, como no puede ser de otra manera, a la estela del exitoso tema de conversación, se han subido cabeceras de medios informativos, restaurantes especializados en cocidos y fabadas, políticos que usan la etiqueta para meterse contra otros políticos y uno que pasaba por allí y deja su opinión al respecto. Porque en las redes sociales todos tenemos opinión sobre todo: desde el “shutdown” del Gobierno de Trump hasta las lentejas. ¿Quién decide los asuntos de los que debemos hablar? ¿Quién ha elaborado ese minucioso calendario de forma que cada día haya un tema del que hablar? Es más, ¿se paga por estar en ese calendario? La cosa es peliaguda. Vale, lo de las lentejas es cosa de la ONU, pero ¿cómo consiguen las ahora irrelevantes Naciones Unidas que hoy precisamente el mundo entero hable de legumbres? ¿Qué hilos mueve el community manager de António Guterres, secretario general del organismo supranacional? Tanta incógnita provoca dolor de cabeza. Nadie nos obliga a agriarnos el día de buena mañana tragando sapos en Twitter. Tenemos alternativas. Por ejemplo, podemos asomarnos al mundo a través de Google. Y lo primero que nos encontramos son los llamados doodles, algo así como los garabatos que pintamos distraídamente en un papel. Pues bien, el doodle también nos dice cuál es el asunto del día. El domingo, por ejemplo, se llamaba Celebrating Molière. ¿Por qué Molière? Porque, tal día como ese de 1673, el dramaturgo francés estrenaba su obra cumbre El enfermo imaginario.

No le vamos a poner muchas pegas por si nos tachan de incultos, pero ¿no parece un poco traído por los pelos? Aniversarios como ese hay a porrón todos los días. Y, además, si acabamos celebrando tanto -desde Molière al día de cada una de las enfermedades conocidas, pasando por las legumbres- la celebración acaba perdiendo su sentido. Por algo no es fiesta todos los días, porque ya no sería fiesta.

Hasta hace nada, había unos pocos días señalados en el año. Algunos laicos -el 1 de mayo, el 6 de marzo, el 6 de diciembre-, otros comerciales -San Valentín, el día de la madre o el día que empiezan las rebajas-, y la mayoría religiosos -Navidad, el día de los Inocentes o Santa Bárbara para los de la Cuenca-. Pero nunca había habido esta profusión de días de… determinados, además, por dioses paganos como Google o Twitter, la nueva jerarquía digital que decide nuestro santoral. Por cierto, que no se nos olvide que hoy es San Valentín.

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