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Teoría de los conjuntos

Les voy a contar lo que me ocurrió en las pasadas fiestas de San Sebastián. Era por la tarde -hace años que dejamos el cartel oficial de conciertos por imposible-; mis amigas y yo estábamos bailando en la calle Oms de Palma. Yo llevaba un vestido y una cazadora. Un grupo de hombres se situó detrás de nosotras y, al cabo de un rato de merodear, noté que me metían la mano en el culo por debajo del vestido. Me giré, pero no supe cuál de ellos había sido. Si lo pillo, se la corto. Y la mano, también. Hace unos días, se publicó que el 97 por ciento de las mujeres que sale habitualmente ha sufrido una agresión machista.

Soy una de ellas. Salgo prácticamente todos los fines de semana a bailar y a tomar algo. ¿Agresión machista? Les puedo asegurar que he montado auténticos escándalos a voz en grito cuando alguien se ha puesto pesado. He duchado a más de uno tirándole la copa entera en la cabeza. Quiero decir con esto que no me corto. Que no voy a pasar por alto jamás este tipo de episodios. Pero también les aseguro que son hechos aislados y muy puntuales. Si ocurriera siempre, se me habrían quitado las ganas de salir.

Sinceramente, me parece una irresponsabilidad meterlos en el mismo saco de una violación. O de una paliza porque no me gusta que te pongas minifalda. Aunque últimamente la Policía anime a denunciar hechos no punibles. Si todo es una agresión machista, nada lo es. Una máxima que puede aplicarse -por desgracia, cada día más- a cualquiera de las banalizaciones que se han instalado entre nosotros para hacer imposible el entendimiento entre posturas discrepantes, que pasan a ser irreconciliables.

Aun siendo de letras, de pequeña aprendí la teoría de los conjuntos. Lógica matemática fundamental. Haber comprobado empíricamente que existe un subconjunto de cabestros incapaces de controlar sus instintos al modo de los macacos no me hace deducir que el conjunto mayor que los contiene -el de los hombres- comparte esas características. Por eso me niego a convertirlos a todos en sospechosos, a criminalizarlos a priori. A declararlos el enemigo. Porque eso supone una política de tierra quemada, de dinamitar puentes. El riesgo es terminar dando la espalda a un colectivo importante de la población porque sea deleznable el comportamiento de una de sus partes. E ignorar voluntariamente que, por el mismo motivo, no todas las mujeres somos seres de luz.

Ahora que se acercan las elecciones, no estaría de más recordar la teoría de los conjuntos, dado que la escalada verbal no va a hacer más que empeorar. Podríamos empezar por dejar de llamar fachas a todos los que se manifestaron el domingo en Colón, básicamente porque la derecha representa a una de las dos Españas. Como también convendría no meter en el saco del filoterrorismo -parece que se nos olvida muy rápido lo que eran los tiros en la nuca- y la felonía a todos los votantes de izquierdas.

Me recuerda a cuando -en los años 90- muchos se veían obligados a recordar que no todos los vascos eran asesinos. Porque se corre el riesgo de no reconocer en el otro a un ciudadano válido. Con los mismos derechos y obligaciones. Y ya hemos visto en Cataluña lo que ocurre cuando se da la espalda a la mitad de la población. La Historia debería enseñarnos que es peligroso olvidar la teoría de los conjuntos.

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