hace unos días participaba en un acto de presentación de los resultados de un informe sobre efectos del cambio climático en la economía y el territorio valenciano. Creo que ha llegado el momento de pasar de los datos, imprescindibles, a la acción. Y de que tanto administraciones como empresa tomen medidas ante las evidencias que ya manifiesta el proceso de calentamiento y su proyección futura en los elementos climáticos.

Destacaba, entre otras acciones, la necesidad de cambiar el paradigma de la planificación y gestión del agua que ha estado vigente en nuestro territorio mediterráneo desde hace muchas décadas, centurias incluso. La planificación desde la oferta ya no tiene cabida en un esquema de sostenibilidad ambiental y territorial. Hay que apostar por la gestión eficaz de los recursos existentes, por la gestión al milímetro de la demanda. Y a partir de ahí, si son necesarios más recursos, apostar por las medidas que sean más respetuosas con los criterios de calidad del agua y de respeto al territorio fluvial; esto es, por las soluciones que nunca supongan enfrentamiento entre territorios.

Pues bien, parece que este esquema, que nos viene marcado desde la Unión Europea, se resiste a ser entendido en nuestra propia casa. Desde el público, siguen escuchándose alegatos sobre la pertinaz sequía que padecemos -no será en 2018- y la imperiosa necesidad de traer agua del Ebro porque allí sobra y se tira al mar. Lo peor es que importa muy poco si estos argumentos carecen de base científica, económica y ambiental. Y siguen reiterándose como si, en ese acto repetitivo, fueran a adquirir veracidad. Y encima tenemos elecciones autonómicas a la vuelta de la esquina y escucharemos este argumento en los mítines de partidos políticos que lo aprovecharán como eslogan facilón de futuro que se sabe que nunca se podrá cumplir. A vueltas con el tema...