Si hay un referente que nos recuerda que la meteorología salva vidas, ese es el Observatorio de Igueldo, en las cercanías de San Sebastián. Su actual directora, Margarita Martín, nunca se cansa de recordar que fue fundado con ese ánimo, a principios del siglo XX, por el padre Juan Miguel Orkolaga, a quien los veraneantes de la época le preguntaban si iba a hacer buen tiempo en la playa y él contestaba que el principal objetivo del centro no era ese, sino observar y advertir las peligrosas condiciones atmosféricas que se dan en el Cantábrico para que la gente del mar pudiera evitar las galernas. Esto es, salvar vidas. Situado en el monte Igueldo, a 180 metros de altitud, este observatorio pertenece a la red básica de Aemet y forma parte de la élite de centros históricos con largas series climatológicas. Salvo unos cuantos días en la Guerra Civil, la serie de Igueldo permanece ininterrumpida desde 1928, por lo que le queda menos de un decenio para ser centenaria. Realmente, lo sería ya si no se hubiesen perdido datos anteriores a 1928, ya que las observaciones comenzaron en 1905. El tesoro científico que guarda este observatorio se debe, además, a que ha permanecido todo este tiempo en el mismo lugar y sus datos, por lo tanto, no se han visto afectados por cambios de emplazamiento. Junto a ello, pese a que los sensores automáticos también están presentes en la actualidad en el jardín meteorológico, gran parte del instrumental continúa siendo manual y el factor humano es una de las claves de este lugar de culto para el mundo de la meteorología. Allí sigue en servicio el legendario anemocinemógrafo (aparato registrador de la velocidad y dirección del viento) de la marca alemana Fuess. Con él se midió hace ahora 78 años la racha de 184 kilómetros por hora del furioso temporal de viento que propagó las llamas del Incendio de Santander, cuyo centro histórico fue borrado del mapa por el fuego los días 15 y 16 de febrero de 1941. El registro del anemocinemógrafo de San Sebastián-Igueldo, a una distancia de casi 200 kilómetros, es una de las rachas de viento más intensas que se ha observado en la Península y atestigua la violencia de aquel episodio, en el que el anemómetro de Santander resultó destruido. Junto al de Orkolaga, su creador, en la historia de Igueldo resuenan los nombres de otros directores de primera fila, entre ellos la figura internacional de Mariano Doporto, quien después, tras la Guerra Civil, acabó dirigiendo el Servicio Meteorológico de Irlanda. Con su actual responsable, Margarita Martín, también delegada de Aemet en el País Vasco, el Observatorio de Igueldo es historia viva de la ciencia española; lo suficientemente viva para recordarnos que hoy, en la era de internet y la aldea global, la principal contribución de la meteorología es la misma que hace un siglo: salvar vidas.