Poco a poco se ha ido despertando una creciente preocupación por el espacio público infantil. Cada vez más comunidades educativas se deciden a transformar sus patios al comenzar a intuir que los espacios exteriores de los colegios deben ser algo más que un espacio de cemento carente de relieve, sombra o vegetación, y en el que principalmente se juega al fútbol. Se demanda cada vez más un cambio de modelo educativo, en las aulas (trabajo por proyectos, por ambientes, etc.) y también en los patios con la aparición de espacios de aprendizaje vivencial que favorezcan el movimiento y la interacción, atendiendo a la pluralidad de las necesidades humanas. Un proceso de transformación que se inicia casi siempre de manera autónoma, y en el que cada comunidad educativa, docentes, estudiantes y familias, diseña «el patio soñado» o «imagina su patio», sin esperar a que ese cambio provenga de las instituciones. Son procesos bottom up que despiertan la conciencia ciudadana, y en los que de manera colaborativa se lleva a cabo un proyecto pedagógico único e irrepetible, que no sólo servirá para transformar el patio sino también la vida de la escuela y la de todos los implicados.

Ese fue el caso de los CEIP Enric Soler i Godes en Castelló, El Palmeral en Alicante, o el Verge dels Desemparats en Oliva, ahora convertidos en referentes de éxito, y que han alentado la transformación que ahora inician algunos centros de València como Alejandra Soler, San Juan de Ribera o Santa Teresa. Pequeñas células de cambio cada vez más numerosas (hasta 95 proyectos de innovación vinculados a patios activos han obtenido ayudas este año) y que son la evidencia de la necesidad de convertir los espacios de la infancia en lugares más amables, vivos e inclusivos, y que de alguna manera restituyan el vínculo con la naturaleza.

Acompañando este despertar espontáneo de la responsabilidad ciudadana quizá sea el momento de ir más allá y decidirse a abrir esos espacios internos que empiezan a vislumbrarse plurales dando cabida al deporte pero también a la creatividad, la acción y la aventura, y hacerlos partícipes de la vida urbana. Recuperar, en esencia, la idea de la puerta del patio del colegio siempre abierta. Y es que, si bien no son propiamente espacios urbanos, son lugares que participan de forma explícita en la vida colectiva que anhelan agregarse de forma efectiva a la red de espacios públicos de nuestras ciudades.

Si miramos el plano de València, como el de cualquier otra ciudad mediterránea consolidada, vemos cómo los espacios libres ya casi no existen, poco a poco se han ido colmatando, y sabemos lo difícil que resulta ahora esponjar esa trama. Sin embargo, los patios de los colegios aparecen punteando muchas de sus manzanas residenciales como semillas de un nuevo urbanismo de interior que podría regenerar también su escena urbana. Es por ello que esta transformación de los patios de los colegios se hace todavía más relevante en la ciudad consolidada: espacios más naturales y activos que se pueden incorporar a las infraestructuras verdes de la ciudad, maximizando sus espacios de convivencia, como una eficiente estrategia de regeneración de los barrios desde la mirada a la infancia.

Esta acupuntura urbana, como la llamaría Jaime Lerner, nos permite imaginar equipamientos públicos de uso compartido, haciendo mucho más sostenible su gestión y mantenimiento, aplicando las ideas del sharing ya asumidas en temas de movilidad urbana. Podríamos así pensar los colegios como edificios comunitarios de uso intergeneracional, puesto que si son espacios saludables para los niños lo serán también para los adultos, y bastaría con planificar bien sus horarios para que sirvieran como equipamiento para otros usuarios. Fomentarían la relación entre los vecinos y la comunidad escolar, se convertirían en focos de actividad del barrio, y el uso compartido de sus instalaciones y recursos, muchas de ellas especializadas, serviría para dinamizar las relaciones entre instituciones, centros escolares y asociaciones creando una red sostenible de espacios públicos desde el barrio hasta la ciudad.

Ahora, a comienzos del siglo XXI necesitamos más que nunca activar nuevas dinámicas de distribución socio-espacial que devuelvan el sentido de urbanidad a nuestras ciudades y nos recuerden que el concepto de vecindario implica solidaridad y este sentimiento es el que hace posible la indispensable «vida de las calles». Como en esas calles del pueblo que son seguras porque hay niños, como recuerda habitualmente Francesco Tonucci.