C uando leo las cosas que dice María José Català (o Isabel Bonig, o Fernando Giner o Cantó), siempre me digo: «Hija mía, ¡qué poca conversación tienen!» A esta gente les quitas nuestro carril bici de Grezzi, la invasión catalana o el adoctrinamiento de los misioneros de la enseñanza y se quedan sin palabras. No pasa nada, sin embargo: podríamos llegar a tener una alcaldesa sin conversación, pero tiene programa. Un plan. Prioridad: acabar con la «dictadura de la bicicleta». Primera medida: cesar al señor Grezzi. Primera visita: ir corriendo a la avenida Antic Regne, llegar antes que Fernando Giner, y comprobar in situ la indignada irritación preguntándole al vecindario: «¿A que está Vd. muy irritado por las obras y las molestias?». Primera marcha atrás: quitar el carril de la calle Colón y los maceteros de la Llotja. Si queda legislatura: fomentar un turismo de calidad (y no como esos), apoyar a los cazadores (pim, pam, pum), proteger la Albufera (y no como esos) y respetar a la Policía Local y funcionarios (y no como esos). Para próximas legislaturas: acabar con la pobreza y la delincuencia del Cabanyal. ¡Qué poca conversación!, pero sigamos hablando.

La fiesta de las Fallas debe tener enemigos poderosos, pero taimados, trajinando en los rincones. Es cierto que nadie las ataca a pecho descubierto. Todo lo más, nos encontramos a gente que le gustan mucho o menos o nada, pero no las atacan, porque nadie en su sano juicio ataca una fiesta que revienta de jolgorio y de éxito cada año. Puede que además de los muchos que vienen o se quedan para disfrutarlas exista un personal volatinero que aproveche la ocasión para pirárselas a la playa, al campo o al extranjero, pero nadie ataca las Fallas aunque prefieran la tranquilidad o la lejanía.

Por eso dije al principio que sus enemigos deben ser poderosos, acechan ocultos en el umbral como las presencias ominosas de Lovecraft, unos bichos metafísicos y asquerosísimos. Pero nosotros, la mayoría bulliciosa, podemos descansar tranquilos, porque disponemos de un servicio de guardia presto a las urgencias y firme en sus garitas: la renovada RACV de Manglano se ha juramentado en la «defensa a ultranza» de las Fallas, por si se diera el caso de que alguien las atacara.

Otrosí y con ultranza también, defenderán el «atacado sentimiento de valencianidad socavado desde finales del siglo XIX y acelerado en los últimos años» (supongo que por aquellos esos). Algo que cualquiera puede comprobar asomándose al balcón, y bastaría con la ventana: un erial de sentimientos menguados pedaleando por un carril bici.