He ido creciendo en esta vida bajo la sombra del más profundo maniqueísmo. Siendo pequeño me decían «eso no lo hacen los niños buenos, lo hacen los niños malos».

Más tarde en los tebeos y las publicaciones, el Guerrero del Antifaz era el bueno, Ali Kan el malo. Los dos exhibían una crueldad extrema matando a moros y cristianos. La religión fue sin duda la campeona. El bien era la luz, el cielo; el mal las tinieblas, el infierno. En el franquismo los buenos eran los golpistas, los malos republicanos y rojos. En el cine de la época los westerns presentaban a los buenos, vaqueros, armados y guapos, los indios indígenas de aquel territorio eran los malos. Los norteamericanos son expertos, ellos son siempre los buenos; los árabes, los demás, son los malos.

Pero he crecido. Cierto que es bueno todo lo que contribuye al bienestar social o personal. Pero no me pueden presentar a Trump como el bueno. Un antecesor suyo, Nixon, se involucró en el golpe de estado que derrocó a Salvador Allende. «Deseamos que el suyo sea un gobierno próspero. Queremos ayudarle», le dijo a Pinochet el Consejero de Seguridad de EEUU, Henry Kissinger. Esa fue una de las intervenciones de Estados Unidos en las dictaduras sudamericanas. No quiero decir que Maduro sea el bueno, quiero decir que esta sociedad no la podemos dividir en buenos y malos. Hay muchas, demasiadas dictaduras en el Planeta. China, Corea del Norte, Arabia Saudita, Etiopía, Emiratos Árabes, Siria, Irán…, pero o son muy fuertes o no tienen petróleo.

Según el diccionario, la ayuda humanitaria es una forma de solidaridad o cooperación, que generalmente es destinada a las poblaciones pobres, o a las que han sufrido una crisis humanitaria, como las provocadas por fenómenos naturales (seísmos, tsunamis, etc.) o una guerra. Debe seguir los principios humanitarios de imparcialidad, neutralidad, humanidad e independencia operacional. Pero hay países cuyos habitantes son más pobres que los venezolanos. República Centroafricana, Burundi, El Congo, Liberia, Eritrea, Guinea… muchos de ellos con férreas dictaduras. Pero no tienen petróleo. Más de mil millones de seres humanos viven con menos de un dólar al día. 30.000 niños menores de cinco años mueren al día de enfermedad y de hambre. Allí prioritariamente debería de ir la ayuda humanitaria

Trump quiere ser Ulises y construir su Caballo de Troya para entrar en Venezuela. El maniqueísmo florece en algunos países de América latina que involucionan hacia un populismo retrógrado y en otras culturas en las que resucita el oscurantismo del medioevo occidental gracias a la mezcla de la religión con la política.

En las democracias avanzadas, los líderes de distintos partidos dialogan, discrepan, conversan, saben que ninguno de ellos es dueño de la verdad, no creen en líderes eternos que dan nombre a sus ideas.

En España, aparece también en los textos de analistas y políticos que se asustan cuando dialogan líderes de partidos diversos, cuando lo hacen personajes de oposición con líderes del gobierno, cuando los buenos pecan dialogando con los malos.

Hemos de pensar por nosotros mismos. El maniqueísmo es un enemigo de la democracia.