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Falta o bona

R. Ventura-Melià

El hilo fantasma de Lagerfeld

La noticia va en primera en todos los grandes medios, el costurero o modisto Karl Lagerfeld ha pasado a la otra vida, sea la que sea. Era polifacético y poliédrico, daba imágenes tan distintas que podía definirse por sus contradicciones tanto como por sus constantes. Entre lo público y lo privado había mucha distancia, o mucho espacio, que él llenaba con actividades incesantes.

Es su etapa en Chanel lo más conocido, pero no habría llegado ahí, y aguantado tantos años, sin una base sólida anterior y cometidos importantes. Se lo puso en la cabeza de joven y llegó a lo más alto y eso que atravesó la etapa en que todo cambió: pasar de la alta costura al prêt-à-porter. Se adaptó y conjugó las dos caras, la minoritaria (más publicitaria) y la que hincha la cuenta de resultados de la marca.

Pero también tuvo que ver con su predilección por un tipo de modelo u otra, cuando sustituyó a Inés de la Fresange (con la que ya trabajó en Patou) por Claudia Schiffer, había tomado una decisión histórica para las pasarelas y la publicidad, llegaron las curvas y la joven demostró ser una gran profesional. Lo explicó a su manera. Antes vendían para señoras bien, ahora para un público variopinto, más joven. El icono tenía un nuevo mensaje.

Era un hombre con carácter y opiniones fundadas. Cuando expuso en el MEAC de Madrid sus fotos, acudí al vernisage, y allí le vi en acción. Tuve la suerte que me lo presentara ni más ni menos que la bella y elegante Melinda de Ruspoli, como relaciones públicas, y a poco tuve línea directa con él. Fue categórico: solamente daría una entrevista. Y salió en este periódico. No sé bien la razón, pero estaba enfadado con los reporteros de la capital. Y también con una infanta que iba a llegar y se retrasaba y pasó de ella diciendo: «bueno, ella no puede comprarse mis modelos».

Tenía pasión por la fotografía y eso se nota en las campañas de publicidad de la firma. Llevaba un equipo con él, un buen ayudante que lo supervisaba todo, pero él ponía las ideas y la pasión. El resultado quería que fuera excelente, como en sus diseños. Nada a medias. El acabado permitía servirlo al espectador o usuario en perfectas condiciones. Él prefería un tamaño de fotografía que se ve de cerca, a la altura del ojo humano.

Y era muy generoso, no le pedías nada, era suficiente verle y tratarle, pero le gustaba sorprender con regalos, algo que había diseñado para sí mismo y que no se podía encontrar en las tiendas. Y te empujaba a elegir lo mejor. «Decide tú mismo», decía.

Viví en el palacio Grimaldi de París, coté cour, se entraba por la rue de la Université. Los ventanales era altos y las corinas inacabables, tenía muebles clásicos y de diseño moderno (de estos se cansó luego y los subastó con ganancias, recuerdo los del grupo Menfis italiano). Era capaz de recordar un encuentro años después, y de enviar tarjetas de felicitación. O de hacer que te atendieran y recibieran si estaba viajando por razón de su trabajo (seguía también con Fendi).

Le birló un novio a Saint Laurent y he leído que le acompañó durante su enfermedad (sida) y apoyó a un joven diseñador negro de Estados Unidos.

Creo que su magia se apoyaba en las buenas cifras, las dos le daban ganas de más. Viendo El hilo fantasma pensaba en él. La creatividad se apoya en algún secreto íntimo. Y en su caso carácter es destino.

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