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Por cuenta propia

Fake sex

Juan Moreno no las tenía todas consigo. Hijo de inmigrante español, freelance en precario y padre de familia numerosa, se jugó la piel y el sustento de sus cuatro hijas al destapar uno de los escándalos que describen mejor esta era de las fake news y que puso al desnudo la verdadera naturaleza de la rutilante estrella de Der Spiegel. El semanario alemán ha alojado decenas de reportajes firmados por un tal Claas Relotius, un mítico y sagaz reportero que al parecer no era tan astuto y que no estuvo en ninguna parte. La revista contribuyó a la leyenda y le está costando finiquitarla, porque todavía no ha retirado el rastro digital de todas sus patrañas, aunque a Relotius no le ha quedado otra que devolver sus trofeos. La historia se mezcla con un episodio turbio de recaudación supuestamente solidaria, a cuenta de alguno de los varios dramas humanitarios que se cuecen en el mundo. Material hipersensible para una novela digna de Jonathan Franzen. Moreno es un David derrotando a Goliat, un don nadie en tiempos en los que aparentemente triunfan la fuerza bruta y la narrativa engañosa, pero su hazaña resulta un refrescante ejercicio de metaperiodismo del que tomar nota, porque demostró que a la verdad se llega consultando fuentes y datos, contrastándolos y cuestionando informaciones, si es necesario. Podremos darle las vueltas que queramos, pero hay cosas que no cambian.

Mentir es relativamente fácil. Tanto que casi hay que tener mil veces más agallas para desenmascarar el embuste que para fabricarlo. Mentir detras de una pantalla, sin llevar la integridad física al ruedo, desde un whatsapp, en Instagram, en las redes, es sencillísimo. Mentir con todos estos parapetos tiene menos mérito que hacerlo en persona. Por eso no deberíamos aparentar que nos gusta. Y mucho menos incorporarlo a nuestra cultura. Un estudio del Institut de la Dona sobre la percepción de la igualdad y las violencias de género entre los adolescentes nos pone los pelos como escarpias. Viene a decir que los niños y las niñas no necesitan ser adoctrinados para abrazar conductas machistas; ya las incorporan por su cuenta. El sumun del amor eterno consiste en confesar las claves de acceso, tanto para aplacar los celos como para echarles gasolina. Los dispositivos electrónicos se convierten en notarios de una peligrosa relación a tres metros sobre el cielo. ¿Dónde han aprendido que ese es un mecanismo infalible?

Hay un par de aspectos curiosos de esta investigación. El primero, que también llama la atención en el caso Der Spiegel, es la facilidad con la que nos embaucan y la falta de información auténtica que manejamos en una sociedad que tiene a su alcance infinitamente más fuentes de acceso de las que tenían las generaciones anteriores. Los jóvenes no buscan en los libros la narrativa para confeccionarse su verdad y superar su estado natural de ignorancia o de autoengaño. Tampoco hablan de sexo y su principal referencia para normalizarlo en sus vidas es el porno, otra inmensa mentira con la que debutan en un universo adulto que preferimos creernos a cuestionar. Las generaciones de la semillita, que no tuvimos tantos recursos para saciar nuestras ganas de saber en ese ámbito, teníamos menos reparos en dialogarlo entre amigos o en hurtarle a los ratos de ocio un tiempo para la lectura instructiva, aunque fuera clandestina.

Sin embargo, hoy a los 14 años una persona está familiarizada con la sexualidad a través de su aspecto externo y de algunas conductas, como una pose impuesta, pero la experimenta con miedo y es más ingenua en ese plano de lo que lo éramos sus antecesores, entre otras cosas porque no lee. Sin embargo, responsabilizarlos por completo de su punto de vista es un error y una irresponsabilidad. La conclusión del estudio conocido esta semana de que los adolescentes necesitan espacios para aprender y contrastar su escaso conocimiento acerca de cuestiones como el sexo conlleva la necesidad de incorporar este tipo de foros a la escuela, porque el problema va más allá de la práctica sexual; les condiciona la actitud y les conduce a esa situación de presión continua por acumular relaciones amorosas que son puro humo a cuenta de una popularidad que les genera serias contradicciones. Hay que darles herramientas fiables para que sean ellos quienes construyan su propio relato y lo defiendan sin temor a desencajar. Y acorralar el sistema educativo en este papel con la excusa del peligro de adoctrinamientos sería hurtarles otra vía para que vayan aprendiendo a discernir lo real de la multitud de infundios que circulan por ahí y que nos creemos a pies juntillas hasta que alguien consigue, cuando lo logra, demostrarnos lo contrario.

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