Y la razón está -¡razón enorme ,capital - en que el separatismo catalán no sólo carece de fuerza para imponerse a España, sino que ni siquiera la tiene para imponerse a Cataluña». Este párrafo lo escribió Agustí Calvet, más conocido como Gaziel, el uno de mayo de 1931 en el diario La Vanguardia, del que era director en esa fecha. Gaziel era un nacionalista catalán moderado y sensato. Si los líderes del independentismo catalán lo hubieran leído, posiblemente no hubieran iniciado su loca aventura, que tuvo su desenlace en los meses de septiembre-octubre de 2017. El último acto de aquel disparate fue el 27 de octubre con la solemne declaración de Puigdemont de la República catalana. Solemne tal vez, pero el «exiliado de Waterloo» no debía estar íntimamente convencido de lo que hacía, pues ni siquiera arrió la bandera española del Palau de la Generalitat.

Además de las razones que ya en su día señaló Gaziel para vaticinar el fracaso de cualquier intento de independencia de Cataluña, 88 años después, hay otra también muy poderosa. Y ésta es que en Europa occidental no se ha movido un centímetro de frontera desde 1945, lo que sin duda ha contribuido, y no poco, al largo periodo de paz internacional que hemos disfrutado.

El 12 de febrero se ha iniciado el proceso a los más destacados dirigentes de la sedición o rebelión catalana, excepto a su máximo dirigente, que olvidando la regla de la Marina según la cual «el capitán es el último que abandona el barco», se auto-exilió a Bruselas junto a algunos de sus consellers. Las consecuencias del golpe de Estado, variante siglo XXI, que perpetraron los independentistas catalanes -PDCAT, ERC y la CUP- en el Parlament, ninguneando la Constitución, el Estatut y el Reglamento de les Corts, es el mayor ataque a la democracia española desde el Tejerazo, que fue el canto del cisne del secular pronunciamiento militar español.

La rebelión catalana -habló de rebelión en su aspecto político, no jurídico - ha fracasado a día de hoy, y sus principales responsables están siendo juzgados -con todas las garantías de un Estado de Derecho- o han huido. Dicho sea de paso, ese pueblo catalán que según sus proclamas anhela la independencia, no ha hecho una sola huelga general, ni cuando se aplicó el 28 de octubre de 2017 el 155, ni cuándo se ha iniciado el juicio. Por esta razón me parece una sobre-actuación de la derecha pedir un 155 permanente para Cataluña, pues además de su dudosa constitucionalidad, esta medida sólo serviría para empujar a miles de catalanes a posiciones mucho más radicales.

Eso lo sabe bien el hombre que mece la cuna del independentismo desde Bruselas: Puigdemont. Para él cuanto peor mejor, pues la estabilización de la situación en Cataluña provocaría que su figura política fuera cayendo paulatinamente en el olvido. Por eso a través de su mujer de confianza en el interior, Elsa Artadi, y ese activista que ha puesto como President, cuyo registro verbal no alcanza las diez o quince frases, ha influido en que los Presupuestos no hayan sido aprobados, lo que no deja de ser una moción de censura encubierta, y la caída del Gabinete Sánchez. Por mucho que saquen pecho los Casado y Ribera no fue la concentración patriótica de la Plaza de Colón la que ha provocado el fin de la legislatura. En democracia no se derriban los gobiernos con manifestaciones sino en el Parlamento.

Sánchez ha intentado con la inclusión en los Presupuestos de una generosa financiación para Cataluña, conseguir su imprescindible voto para la aprobación de los mismos. Pero su fracaso se debe a que no ha tenido presente que el nacionalismo no se mueve por razones sino por sentimientos. Y estos por su propia naturaleza son irracionales.

También realizó concesiones políticas como proponer un relator para las conversaciones entre los Gobiernos nacional y catalán. Las funciones de esta enigmática figura del relator nunca las sabremos. Se me podrá decir que la Sra. Calvo las explicó con extensión en el Senado. Pero me temo que su oratoria parlamentaria aportó más oscuridad que luz para conocer este enigma. Al resistente de la Moncloa ya no le quedaba otra opción que volver a apostar fuerte, como siempre ha hecho en su breve pero intensa trayectoria política. Esta no era otra que convocar nuevas elecciones.

Es obvio que a fecha de hoy se pueden prever distintos escenarios políticos después del 28-A. Uno de ellos es que el PSOE sea el partido más votado, pero no alcance la mayoría con Podemos para conseguir la investidura de Sánchez. El bloque de derechas tampoco llegaría a la mayoría. Y en ese caso sólo habría una opción para no tener un Gobierno interino muchos meses: que Ciudadanos se abstuviera recordando sus no tan lejanos tiempos de partido centrista. Pero Rivera podría decir: «no es no». La historia se repetiría cambiando un par de nombres propios.