No sé si seré capaz de soportar. Ya puedo atrincherarme detrás del escudo de Netflix para así resguardarme de la tormenta electoral televisada que ya está en marcha. Mejor dicho nunca cesó, desde que la televisión se dio cuenta de que el cruce de palabras entre formaciones políticas multicolor funcionaba apenas ha habido tregua. Y desde que Pedro Sánchez diera el pistoletazo de salida electoral el asunto ha ido a más, así que ánimo ciudadano de a pie que estamos en precampaña. El fuego tertuliano se aviva con palabras incendiarias y conexiones con discursos, muchos simplistas. A veces cierro los ojos y siento como si estuviese en una feria donde charlatanes subidos en un cajón de madera, pretenden venderme un crecepelo mágico.

Pero despierto y comparto el primer café con la batalla dialéctica-informativa que se libra en «AR» o «Espejo público». Casi me atraganto escuchando a Javier Maroto pedir una mayoría amplia para intervenir TV3, así a pelo, sin pudor y de buena mañana. Porque anunciar públicamente el objetivo de intervenir medios de comunicación se ha convertido en algo anormalmente natural en toda la gama diestra. La esperanza es entender que la censura y la represión no son un camino, que amordazar conlleva tempestad y que sólo el diálogo nos salvará.

El diálogo que no el monólogo. A Maroto le relevaba en pantalla la portavoz de guardia de la ideología opuesta, y la cosa no mejoraba. El discurso era del nivel «y tú más, somos los mejores, si no fuera por nosotros»€ Todo con una entonación de fábrica machacona e insistente cual canción manida de verano. Y lo que te rondaré, tres meses, dos citas con las urnas y por delante miles de mensajes maniqueos con los que apelar a la emoción del espectador votante. A mí ya me han apelado al hastío y más allá, que por mi votaba mañana y ya.