La radicalización del discurso de la derecha, impulsado por la irrupción de Vox en los últimos meses, unido a la rápida convocatoria electoral por parte del presidente del Gobierno tras la votación de los fallidos Presupuestos Generales del Estado, han convertido al centro político en un campo de batalla por el que PP y Cs compiten a contrarreloj con la mirada puesta en el 28 de abril.

Un espacio devenido en objeto de deseo por parte de quienes no dudaron en abandonarlo para conquistar el gobierno andaluz abrazándose al partido ultraderechista. Un acuerdo que quedó sentenciado con la foto junto a Abascal en la manifestación en la Plaza de Colón, convirtiéndose en carta de presentación para las próximas citas electorales. Lo cual, dicho sea de paso, tiene muy poco que ver con una alternativa política de centro derecha.

De ahí, los esfuerzos para intentar moderar el discurso. Un ejemplo significativo, lo dio Pablo Casado hace unas semanas comprometiéndose ante su propio partido a aparcar el tema del aborto después de haber manifestado durante meses y en reiteradas ocasiones, su propuesta de volver a los términos de la Ley de supuestos del 85. Si bien es cierto que, hace unos días se saltaba este compromiso de moderación política al afirmar en una entrevista en El Español que «es bueno que las mujeres sepan lo que llevan dentro». En fin, a pesar de los esfuerzos queda claro dónde está.

El juego de Albert Rivera resulta más complejo y arriesgado con la decisión de la ejecutiva de Cs de no pactar con el PSOE tras las elecciones. Una decisión que, ha tenido su réplica también en la Comunitat al anunciar Toni Cantó que no pactarán con el PSPV. Un límite muy cuestionable en términos democráticos, pues negar la posibilidad de intentar alcanzar acuerdos con otras formaciones políticas, en este caso el Partido Socialista, en un contexto tan fragmentado, sin duda, dificultará las posibilidades de gobernabilidad.

Conviene recordar que, en virtud del principio representativo que caracteriza a nuestras democracias, negarse a hablar con el PSOE -o con el PSPV aquí en la Comunitat- es hacerlo con los millones de ciudadanos y ciudadanas que le hayan votado. Y si hilamos más fino todavía, en el caso del Congreso, al conjunto de la sociedad al tratarse de representantes de la soberanía nacional. Seguramente, nadie discutirá que los partidos se enfrentan a serias dificultades a la hora de intentar llegar a acuerdos. Sin embargo, la cuestión de fondo que subyace en este caso es el hecho de que Cs niegue la posibilidad de intentarlo al adoptar una resolución en el seno de su ejecutiva por la cual deciden de antemano no hablar con una parte de la sociedad. En mi opinión, un fraude a las reglas del juego de la democracia.

Es evidente que cada cual tiene derecho a establecer sus estrategias y, en ese sentido, es legítimo que Rivera quiera jugar a dar el sorpasso al PP. Pero, hacerlo cerrando la posibilidad a posibles pactos políticos en el futuro, es una irresponsabilidad. Algo que, sin duda, no responde a las demandas y la exigencia que la ciudadanía hace a la clase política cuando reclama esa necesidad de entendimiento por parte de quienes le representan. Una estrategia que, por otro lado, lo aleja todavía más del ansiado centro político, renunciando a ser aquel partido con capacidad de condicionar la política para ponerla, según decían, al servicio de la regeneración democrática. Lo más curioso de todo es que, ahora mismo, el único partido ubicado en una posición de centro es, precisamente, el PSOE.