“Nada de lo que comemos es natural. Quedaos con que los alimentos no son naturales, todo lo hemos modificado y que si no fuera así estaríamos aun cazando mamuts”, argumentó la doctora en Bioquímica y Biología Molecular Rosa Porcel que, confrontando transgénicos a la denominada agricultura ecológica, informaba de datos como que: “El reglamento ecológico contempla la agricultura biodinámica (método basado en las teorías del fundador de la antroposofía Rudolf Steiner), como enterrar un cuerno de vaca”. Llegado a ese punto de la exposición, el ambiente se agitó en la sala Hort de Tramoieres del Jardín Botánico donde se celebraba una de las entregas del ciclo “Dones i Ciencia al Botànic”.

En turno de preguntas, surgieron voces instruidas, discordes con la paráfrasis de apoyo a los transgénicos explicitada por la científica granadina, la cual, tras su acaloramiento expositivo, se excusó: “Los granaínos tenemos muy mala follá”. Quien se hubiese imaginado que la estructurada charla desataría tan encendida controversia. “Todo el mundo tiene derecho a saber lo que está comiendo y de no engañarle como pasa con los alimentos ecológicos. Contaminan igual”. ¡Guau! ¿A cuantas personas ajenas a los complejos entresijos científicos no atraparía este telúrico encuentro dialectico? A casi nadie, todas se apasionarían.

“No hay que demonizar la agricultura ecológica”, dijo una asistente. Y Porcel, evocando su infancia y el huerto familiar, comentó “Mi abuelo sulfataba y eso eran productos químicos. Pesticidas se usan siempre, hay que lavar los alimentos, incluso los ecológicos. Nosotros somos química. ¿Por qué se engaña queriendo asustar a la gente cuando no sabe de lo que se habla?”. Desde mil novecientos ochenta y nueve (Carlos Romero Herrera-PSOE- ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación), la agricultura ecológica está regulada en España, en el dos mil (Jesús Posada -PP-, ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación), surge el logotipo Agricultura Ecológica Sistema de Control CE, referido tanto a vegetales como animales. El etiquetado es la “única garantía oficial de que el producto responde a la calidad supuesta”, recoge el “Libro del crecimiento” publicado con la colaboración de la Generalitat Valenciana a fecha del dos mil seis, dictaminando en el apartado de alimentos transgénicos: “los alimentos que están genéticamente modificados tienen la obligación de anunciarlo en su etiqueta siempre que el producto modificado supere el 1% del total. Estos alimentos deben superar para su puesta en el mercado, una rígida evaluación para asegurar su seguridad y su inocuidad”. Pero. ¿Qué penas constatadas existen para los trasgresores de la ley? Y ¿Cómo realmente se informa al público consumidor de manera comprensible y total visibilidad?

Joaquín de Entrambasaguas, historiador, gastrónomo y filólogo madrileño, en Brújula de gastronomía, afirma que “todavía algunos bárbaros -que no merecen mejor adjetivo y aún este es suave- creen que comer bien es comer mucho o comer alimentos de elevado precio, sin preocuparse en ambos casos, de si lo que ingieren reúne las debidas condiciones”, a lo que cabría añadir la tendencia a consumir productos cada vez más cercanos a la naturaleza, citada por el filósofo, gastrónomo, ateo y miembro activo de la Resistencia francesa contra el nazismo, el marsellés Jean-François Revel. Por su parte, Andoni Luis Aduriz, influyente chef vasco añade reivindicativamente: “Cuando tantas cosas en la comida de hoy día se han abaratado y homogeneizado y estropeado, la hoja de una hierba del bosque que recoges al amanecer cargada aún de rocío puede ser considerado el capricho mayor de todos”, (”Cenar a las tantas. Viajes de un inglés por las gastronomías de España”, Paul Richardson).

Jaime Güemes, conservador del Jardín Botánico de la Universidad de València, prologaba el evento con frases de desánimo ante el hecho de que “Las mujeres están en la formación, sin embargo, su presencia se va diluyendo; esa vocación no debería romperse en ningún momento”. La realidad de la conciliación también es harto peliaguda en el ámbito de la ciencia. Olga Mayoral García-Berlanga, doctora en biología, profesora del Departamento de Didáctica de las Ciencias Experimentales y Sociales y cinéfila, argumentaba: “La vida del profesorado asociado es muy dura, estaba tan desesperada que me presenté a plazas de filología, no podía seguir como profesora asociada”; refiriéndose a su voluntad de tener descendencia, incluso a costa de su carrera como científica de campo, declaró: “Lo tenía muy claro”. Porcel, a su vez, confesaría: “A mí también me gustaría formar una familia y no puede ser. Científica y mujer está muy mal.”, demandando también: “Que tengamos las mismas posibilidades de llegar a puestos altos”.

“(Las) Los botánicos de campo comemos bastantes alimentos de campo (fresas); eso está muy bien enseñarlo a los pequeños (pequeñas)”, apuntaba Mayoral; pero, con el ecocidio flagrante instalado en los proyectos financieros mundiales, ningún futuro halagüeño tienen las especies botánicas o animales.

“Que traten de curar un taladro del maíz con homeopatía, no me parece. Lo pone el reglamento; que las plantas se pueden curar con homeopatía”, comentaba Porcel ensimismando al auditorio entre quienes se encontraba el profesor titular de Biotecnología en la Universidad Politécnica de València, J.M. Mulet Salort, autor del libro: Transgénicos sin miedo.

“Nadie obliga a nadie a comer nada. Monsanto comercializa con transgénicos (“Comienza juicio en EEUU contra Monsanto, filial del gigante químico Bayer. Se investigan los presuntos riesgos del Roundup -glisofato, el herbicida más utilizado mundialmente-“. (“La Voz”, 25/02/2019). Ellos van a lo que van a buscar más beneficios”. En base al título de la charla: “¿Alimentos naturales?”, poco a poco se fue desvelando la realidad de los ataques al medio ambiente como armas de guerra.

“La agricultura no es más que domesticar una especie. Ninguna especie hubiese llegado a día de hoy sin la manipulación del hombre (mujer). La primera planta que se domesticó fue el trigo, el tomate original casi no se podía comer por la solanina, igual en la patata, hay más de cuatro mil variedades de patata hoy en día. El plátano ancestral era una vergüenza de plátano. Hibridaciones. Frankestein que se consume”. ¡Carnaval alimentario! La anciana australiana, Mari Ann (Sherwood) Smith , a mediados del siglo diecinueve consiguió una variedad de manzana especialmente sana, la denominada Granny Smith. “Mediante agentes mutágenos, a partir de los años ochenta se crean variedades por mutagénesis que comemos”, como ejemplo el fresón de Douglas, más tarde, en los noventa del siglo veinte aparecieron los transgénicos”. Marcel Rouff, poeta y gastrónomo suizo, pronunció el axioma: “La cocina de un pueblo es el solo testimonio exacto de su civilización”; a lo que adicionar lo escrito por la excepcional escritora coruñesa, condesa de Pardo Bazán: “Hay platos de nuestra cocina nacional que no son menos curiosos ni menos históricos que una medalla, un arma o un sepulcro”.

Poner “las semillitas en las instituciones” es frase redonda, escuchada en debate radiofónico, para describir cuantos ardides se vienen sembrando, mientras que el refranero apunta: “Después de Dios la olla, y todo todo lo demás bambolla”