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Al margen

Isabel Olmos

Limpiando aprendí

«¿Quién me enseñó lo que canto? ¿Quién me enseñó? Yo no sé. Pregúntaselo a la tierra que ella te va a responder. Lo que la tierra no enseña nadie lo puede aprender...». Cuando era pequeña los sábados por la mañana eran sinónimo de limpieza en mi casa. Mi madre -la Marie Kondo buena de la Plana Baixa- repartía trapos y aspiradora entre mi hermano y yo y nos poníamos a la faena. A ver, entiéndanme, no era precisamente esclavitud infantil sino una manera de comprometernos con las tareas comunes. De hecho, limpiar el mueble del comedor, uno de esos grandes de madera que ocupaban toda la pared, me ocupaba -también a mi- casi toda la mañana porque me empanaba mirando los libros que limpiaba aunque ya los hubiera mirado el sábado anterior y el anterior y el anterior, como esperando a que apareciera algo que se me había escapado antes, y escuchando canciones que me ‘obligaban’ a dispersarme aunque yo no quisiera. Limpiando el polvo aprendí, con Al Tall, que hay un mal que «ve d’Almansa»; que el hotel no es dulce aunque lo diga Sabina y que hay países, como la América Latina de Gabriel Salinas donde la gente sufría y sufre mucho. Con el trapo aprendí mucho: hurgué, leí y escuché. Invertí horas, no saqué ni un poco de lustre al aparador pero aprender, puedo asegurar que limpiando aprendí.

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