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Matías Vallés

El bipartidismo psicológico

Las encuestas han localizado circunscripciones en que las formaciones emergentes ya superan en peso al bipartidismo que parecía eterno. Ante esta noticia evidente, la reacción de un medio de comunicación consiste en preguntar qué opinan PP y PSOE de sus hundimientos respectivos. Es un reflejo adquirido y perfeccionado durante décadas. La actualidad pasa obligatoriamente por populares y socialistas, arrinconando a partidos menores que solo adquirirán el rango informativo con motivo de una crisis interna. Tiene mérito que un ramillete de nuevas formaciones haya florecido en este régimen de dos partidos únicos.

Al adicto le cuesta abandonar los viejos hábitos, por lo que la redundancia desfalleciente de PP y PSOE no impide que sigan monopolizando la atención de quienes han dejado de votarles. La insistencia ni siquiera se debe al morbo que provoca la extinción de una especie, y se detiene sin rubor en figuras que parecen reencarnar la gloria senescente de Gloria Swanson en El crepúsculo de los dioses. Alguien pensará en la atención estelar brindada a Celia Villalobos, que se ha retirado mas veces que Miguel Ríos y donde el silencio sería el memento más piadoso para su carrera política. Pese a ello, y por lo visto, sus ingeniosidades de Gracita Morales en algo de Paco Martínez Soria impresionan más a la agenda periodística que las mujeres pujantes en formaciones nacidas precisamente para desplazar a las reliquias.

Sin más dilación, cabe hablar del bipartidismo psicológico, equivalente al síndrome de la pierna amputada pero que permanece en la memoria selectiva de la víctima. El comportamiento de quienes se aferran a una estructura ideológica binaria tiende a prorrogar esa ilusión. Cualquiera puede plantearse a cuántos políticos de PP y PSOE conoce, por comparación con los militantes destacados de otras formaciones que sabría identificar. El desnivel de información supera ampliamente a la correlación de las expectativas electorales respectivas.

El test del bipartidismo psicológico puede simplificarse solicitando que se enumere la ubicación de las sedes de los partidos políticos en una localidad determinada. De nuevo, PP y PSOE superarán en la adscripción geográfica correcta a sus rivales. Esta jerarquía desaparece en cuanto se accede al magma de las declaraciones programáticas respectivas, donde reina la confusión. La deferencia hacia los partidos en desuso no caracteriza únicamente a los resistentes que se aferran a las marcas antaño dominantes. Los emigrantes que no turistas electorales mantienen un vínculo más que emocional con la formación que abandonaron. Y a la que no piensan regresar.

Esta fijación retrospectiva con las religiones del voto aumenta el valor de la onda expansiva, en los abandonos sonados a otras formaciones desde PP y PSOE. Las fugas constituyen el mejor clima para adaptarse al politeísmo dominante. Contemplar la peregrinación de los líderes despechados adquiere un valor pedagógico. Si ellos han abandonado el regazo bipartidista sin especiales traumas, tal vez hay vida fuera de populares y socialistas. A efectos patrióticos, la fijación con elecciones irrepetibles no figura exclusivamente en la agenda española. El más que difunto PSF francés recibe una atención que amplifica sus desmedradas expectativas actuales. El chovinismo impide borrar de un plumazo la herencia de Mitterrand.

PP y PSOE son los primeros interesados en alentar la fabulación del bipartidismo psicológico. Sin embargo, les traiciona su habituación a las mayorías absolutas hoy quiméricas, hasta que se dan de bruces con la obligación de pactar. En ese punto, la cesión de una cuota de poder entra en lo anecdótico, si se compara con la reducción a la mitad del número de altos cargos y de sus ingresos respectivos. El engorde o duplicación de los organismos públicos no suple estas restricciones sobrevenidas.

La obligación de concentrar los recursos no ha enriquecido el caldo resultante. Una visión panorámica de PP y PSOE no advierte un destilado de calidad superlativa. Al margen del extravío de sus insultos, las entrevistas a Pablo Casado constituyen la mejor prueba de que no realizó el máster de marras. El presidente popular siempre da con la imagen equivocada, que empeora sus posiciones. Su España es inhóspita, aunque cualquier crítica debe reparar en su fortuna en Andalucía, la comunidad perdida por un Rajoy pletórico cuando Javier Arenas se disponía a arrasarla en 2012. En las antípodas del bipartidismo psicológico anida el vicio simétrico del polipartidismo perfecto. Los amantes de la simetría suspiran por un quíntuple empate de PP, PSOE, Podemos, Ciudadanos y Vox. Igualados los cinco a sesenta diputados, en la pugna al Congreso. Los imprescindibles pactos a tres bandas garantizan una versión irregular de este pentágono.

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