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Rivera y su problema de origen

El peso del conflicto catalán en la orientación de Ciudadanos

El solapamiento, calculado, de las elecciones de abril y mayo conseguirá que los pactos posteriores a los comicios generales, inevitables, se conviertan en argumento de campaña para las municipales, autonómicas y europeas. En un ambiente de fuerte polarización, el juego de alianzas será visible mientras los electores se preparan para otras urnas. Los resultados de abril adquieren así una condición similar a los de las primarias en un ciclo electoral a doble vuelta.

Hay constancia de que en torno a un tercio de los votantes cada vez elige su papeleta más tarde, un diez por ciento el mismo día decisivo, lo que complica cualquier vaticinio anticipado. En Andalucía, el CIS detecta una bolsa de electores arrepentidos del 26 por ciento, que cambiaría de opción a la vista del resultado. En ese inestable contexto, el votante de Ciudadanos aparece como el más dubitativo y dispuesto a cambiar, sea en favor del PP o del PSOE. Estos antecedentes ensombrecen el panorama de los candidatos de mayo de la formación naranja, muchos de ellos independientes que imprimen su sello personal a unas siglas todavía faltas de peso propio.

El anuncio de que en ningún caso Ciudadanos pactará con el PSOE acentúa la polarización de la política y confina a Rivera en el bloque de la derecha, siguiendo, quizá de forma inevitable, la senda abierta por el tripartito andaluz y la foto de la plaza de Colón. La ventaja de carecer de un partido con base e implantación consiste en que el reducido núcleo dirigente y sus estrategas pueden adoptar estos giros de forma abrupta sin que ninguna estructura chirríe, más que nada porque no existe. Lo que resulta ingenuo, o quizás cínico, es pensar que ese movimiento resulta reversible y, un mes después de alinearse a la derecha, Ciudadanos pueda presentarse como el partido del poliamor, dispuesto a pactar con quien mejor se lo ponga. Es una falta de consistencia demasiado visible, que siembra la desconfianza entre sus potenciales votantes y amenaza esas buenas expectativas demoscópicas, el centro de todos los desvelos.

Desde que en las elecciones de 2015 irrumpió en el escenario nacional, el partido que ahora aspira a desbancar al PP en el liderazgo de la derecha, está perdido en lo que en un tiempo ya lejano fue su nueva dimensión. Ciudadanos o su líder, que tanto da, tienen un problema de origen: su cuna catalana hace que la visión política tienda hacia lo unidimensional, centrada en lo que fue su espacio natural y reforzada por el éxito, infructuoso en la práctica, en su territorio. Ese cerco del origen se hizo más estrecho por la intentona secesionista que ahora se juzga en el Tribunal Supremo.

El empeño en encerrarlo todo en esa reducida cosmovisión constituye, en la práctica, una enorme victoria de los soberanistas, convertidos en el eje de todas las campañas, en centro único del debate político. Pocos habrá a quienes gratifique tanto que sólo se hable de ellos. Y uno de los que mejor les da con el gusto es Rivera cuando manosea de continuo el conflicto catalán para conjurar el temor a quedarse en eterna promesa.

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