El optimismo que promete «un futuro mejor» es el producto más apreciado de las políticas dominantes. El ADN del los genes optimistas de las política es «la máquina del crecimiento económico», cuyo engrase y alimentación es el objetivo prioritario la mayoría de los partidos de cualquier tinte ideológico, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda. Sin embargo el engranaje de la maquinaria expansionista insaciable de las políticas de desarrollo cada vez está más averiado ante el agotamiento y la creciente escasez de recursos naturales, de «tierras vírgenes» que conquistar y de energía abundante. Su voracidad extractivista solamente puede ser efímera en un planeta finito en materiales y cada vez más degradado ecológicamente. Son muchas las alarmas sociales y ecológicas ante la decadencia progresiva de las capacidades bioproductivas de los ecosistemas. Con que las actuales tasas de crecimiento económico son débiles, lentas o inexistentes, las élites políticas comienzan a verse desnudas ante una ciudadania rehén cada vez mas escéptica con los cantos de sirena del crecimiento y el bienestar. La clase política se encuentra atrapada entre unas promesas falsas de más y más poder adquisitivo que no podrán cumplirse y una ciudadanía cada vez mas convencida de que su nivel de vida y consumo será peor que el de sus padres.

En este caldo de cultivo social provocado por la decepción, la deshonestidad e la irresponsabilidad de nuestras élites gobernantes crece una extrema derecha populista por todo el mundo que anuncia recetas salvadoras. Estos movimientos reaccionarios brotan y se alimentan de la inseguridad de unas clases medias y de unos trabajadores autónomos que temen por el mantenimiento de su actual nivel de ingresos. Es muy grande el anacronismo de esta extrema derecha que se agarra a unos modelos de vida en caída cuesta abajo a causa de la conjunción de realidades interdependientes como es globalización de la economía, los cambios tecnológicos y las bajas tasas de crecimiento. La globalización competitiva empuja a la ruina a numerosos sectores económicos. Así esta nueva/vieja derecha achacan sus problemas a «las élites urbanas progres», a los inmigrantes, a las feministas, los gais, a los ecologistas y otros imaginarios. En suma, culpan a las autoridades «progresistas» de la globalización neoliberal, a las mismas que defienden, al menos en teoria, los derechos humanos individuales de las mujeres, los inmigrantes, los homosexuales y que incluso, hablan(a pesar de no hacer nada) de «la lucha contra el cambio climático».

Es una obviedad que la clase política miente descaradamente al afirmar que se puede continuar indefinidamente un crecimiento económico, urbanístico, turístico y agrícola y al mismo tiempo mitigar or estar mínimamente preparados ante los terribles estragos del cambio climático y las masivas extinciones naturales que ya nos rodean por doquier. Engañan a la gente al decir que el crecimiento economico, el bienestar humano y la sostenibilidad ambiental son todos compatibles cuando los datos científicos apuntan todo el contrario. Afirman que la fiesta desbocada del consumismo, los viajes low cost y el boom del ladrillo pueden continuar sin tener que pagar una factura impagable de gran sufrimiento social y ecológico. Nuestros politicos, los medios de comunicación y los líderes empresariales prometen el oro y el moro pero son tigres de papel de un crecimiento imposible que pronto se acabará debido a unos limites físicos y económicos infranqueables en un planeta menguante que se achica y se empobrece sin parar. Las élites de nuestras democracias liberales, atrapadas entre promesas engañosas y la negación de aceptar la imperiosa necesidad de una austeridad justa y solidaria en nuestro consumo material, corren el gran riesgo de quemarse en la hoguera de la ira de gentes frustradas. Ante esta disyuntiva las elites suelen intentar despistar a la gente con las falsas panaceas de las magias tecnológicas, la eficiencia mercantil o el falso «desacoplamiento» (entre el crecimiento y el consumo material) como coartadas ficticias para continuar con la misma noria suicida del sobreconsumo, el saqueo de la naturaleza y la sobre-explotación laboral.

Si no hay un cambio de rumbo muy sustancial la primera baja en Europa provocada por el colapso climático y el relacionado freno al crecimiento económico será la misma democracia liberal y la defensa de los derechos humanos. A falta de una mayor dosis de realismo, responsabilidad y solidaridad nos encontraremos en un endemoniado callejón sin salida entre dos imposibilidades: una globalización neoliberal que se atasca por un unos límites físicos, económicos y políticos y un giro hacia los nacionalismos populistas y xenófobos que anhelan una vuelta a un pasado «soberano» que no puede existir en un futuro dominado por enormes problemas ambientales y sociales comunes transnacionales.

Para añadir más leña a este fuego de descontento decenas de millones de refugiados se agolpan a las puertas de la UE desde África y el Oriente Próximo por la combinación de las guerras, las dictaduras, la explosión demográfica, la caída de productividad agrícola, la pérdida de tierra fértil a la erosión, y las sequías, las crisis hídricas, la pérdida masiva de biodiversidad y la contaminación tóxica. Esta presión migratoria ya está poniendo a una dura prueba nuestros valores y principios más apreciados de libertades personales y respeto universal al valor de la vida humana.

El primer paso a dar en buscar unas alternativas morales y universales a este atolladero es decir la verdad sobre la necesidad de una imprescindible austeridad impuesta por unos límites biofísicos cada vez mayores por los impactos del colapso climático y otras crisis socioecológicas. Nos urge comenzar a sustituir el actual delirio del crecimiento por una economía localizada y decentralizada con más equidad, más solidaridad y más recursos compartidos. Al contrario de lo que piensan los partidos socialdemócratas y liberales, el reparto social equitativo y la sociedad de bienestar ya no es un dividendo del crecimiento material de la economía.

Si en medio de unas crisis sociales, ambientales y climáticas sin precedentes, seguimos dando prioridad al crecimiento globalizado y más extracción material de la naturaleza solo aumentará la desigualdad y la pobreza, lo que hará aún más difícil la solidaridad, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. En juego no es solo mantener un margen para los derechos democráticos y la justicia global sino la supervivencia misma de unas sociedades mínimamente estables, pacíficas, seguras y libres.