Hace unos días la Comisión Europea se ha pronunciado en contra de la fusión entre Siemens y Alstom, dos empresas, alemana y francesa, líderes europeas en construcción de ferrocarriles. Es bien sabido que la Comisión Europea lleva a cabo una tarea encomiable, para salvaguardar las normas de la competencia en el mercado único de la Unión Europea, con la que es difícil no coincidir, ya que una de las claves para el progreso de las sociedades y para el bienestar de los ciudadanos es que varias empresas compitan en cada uno de los sectores económicos mejorando la calidad de sus productos o prestaciones, lo que sin duda beneficia a los consumidores si la competencia es efectiva y supone finalmente una reducción de los precios e incremento de la calidad de productos y prestaciones.

Permitir posiciones dominantes de determinadas empresas en los mercados nacionales, o en el mercado único europeo, sin un riguroso control del cumplimiento de las normas que deben regir la libre competencia es la antesala del abuso de posiciones dominantes que conducen, con frecuencia, a la liquidación de los competidores, al incremento de los precios y, finalmente, a la obsolescencia de los sectores económicos en cuestión. Cuando en 1986 entró en vigor el Tratado de adhesión de España a las Comunidades Europeas hubo que llevar a cabo una reconversión industrial, que tuvo que afrontar el Gobierno de Felipe González, como consecuencia, entre otras causas, de que los sectores afectados no eran competitivos en el mercado europeo al que acabábamos de incorporarnos, pese a que la adaptación de nuestra economía a los postulados económicos europeos comenzara desde que se firmaran los Pactos de la Moncloa. Algunos años después, tras la caída del muro de Berlín, la unificación de Alemania tuvo consecuencias desastrosas para la Alemania del Este. La inmensa mayoría de los sectores económicos eran obsoletos y sucumbieron, pese a las ayudas del Gobierno alemán y las no pocas de la Unión Europea. Pero lo cierto es que los territorios de la antigua República Democrática Alemana todavía no han alcanzado la media del resto de Alemania en renta per cápita, y otros tantos parámetros que miden el progreso y el bienestar de los ciudadanos. Lo sucedido en Alemania, que casi siempre la situamos en el horizonte de lo que debe hacerse, sirve también para valorar positivamente la reconversión industrial que en los años 80 del pasado siglo se llevó a cabo en España, pues aunque los efectos directos y colaterales fueron graves para algunas regiones y muchos españoles, en nada son comparables a lo que sucedió años después en la poderosa Alemania.

Aunque seamos partidarios de que se respeten las reglas de la competencia en el mercado único europeo, que lucen en el Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea, en la economía global en que nos encontramos estamos igualmente a favor de apoyar la creación de campeones empresariales europeos. Pues la escasez de campeones europeos es una de las deficiencias fundamentales que tiene la economía de la Unión. Europa con una población del entorno de 500 millones y un Producto Interior Bruto de unos 22 billones de euros no tiene presencia relevante entre las 100 mayores empresas del mundo. Los Estados Unidos con una población inferior a la de la Unión Europea, unos 325 millones, y un Producto Interior Bruto parecido al de la Unión Europea, unos 19 billones de euros, es el líder en lo relativo a las empresas más capitalizadas e influyentes en el mundo, más de 30 entre las 50 primeras y 7 entre las 10 primeras.

Bien está que la Comisión Europea se preocupe de que las reglas de la competencia se respeten en el interior del mercado único europeo, pero a la vez debe propiciar la existencia de campeones europeos, es decir, de las empresas que se baten en el escenario mundial. Cuando la Unión Europea une sus fuerzas es capaz de competir con Estados Unidos, ejemplo paradigmático es la empresa Airbus (participada por los principales Estados miembros de la Unión, entre ellos España) que ha puesto fin al oligopolio que detentaban un par de empresas aeronáuticas norteamericanas. Cuando la Unión Europea decidió la creación del euro sufrió un ataque sistemático de los EE.UU. pero el tiempo ha demostrado que nuestra moneda es capaz de competir con el dólar. El euro es ya una moneda de reserva que ha puesto fin al monopolio del dólar en la mayoría de los mercados internacionales.

La Comisión Europea no puede ignorar que si se llevan a cabo, si se facilitan y potencian, las fusiones de empresas europeas, éstas serían capaces de competir en el mercado mundial al mismo nivel que las empresas norteamericanas o chinas. La fusión de Siemens y Alstom, dos empresas privadas, es relevante para la Unión Europea en su conjunto y para sus ciudadanos. La primera da empleo a más de 300.000 personas y la segunda a más de 20.000.

No cabe duda de que se ha iniciado la era de la implantación de los trenes de alta velocidad en todo el mundo, ya existe un gran mercado y se avecina uno de mayores dimensiones. Y sabemos igualmente que las tecnologías china y japonesa son muy avanzadas, igual o más avanzadas que la europea. La fusión antes señalada abriría la posibilidad de competir en igualdad de condiciones con las empresas chinas y japonesas, pues en la actualidad no es infrecuente que las empresas europeas compitan entre ellas en los mercados internacionales debilitándose unas a otras.

A nuestro juicio la Comisión Europea debe rectificar, sin que sea necesario modificar la normativa europea en materia de competencia, porque lo que resulta relevante es que la Comisión impida en el mercado interior europeo el abuso de la posición dominante que puede conllevar la fusión de Siemens y Alstom, posibilitando a la vez que en el mercado internacional de construcción de trenes consolide todavía más el liderazgo. Dicha fusión es también una ventana de oportunidades para las empresas españolas expertas en infraestructuras ferroviarias. ¿Acaso no debieran plantearse una gran fusión para competir en el exterior? ¿No sería necesaria una alianza de ambos sectores empresariales para competir en el exterior de la Unión? Hasta la fecha hay que decir que las cosas les han ido bien a las grandes empresas españolas constructoras de infraestructuras ferroviarias, pero se suele ignorar que en demasiadas ocasiones las empresas españolas han competido con otras españolas o con las de otros Estados miembros de la Unión. Ejemplo de ello fue el concurso sobre el tren de alta velocidad entre Medina y La Meca en que un consorcio español compitió con un consorcio francés. ¿A quien favorece la competencia en el exterior de empresas europeas? Sin duda a nuestros competidores chinos, japoneses o norteamericanos.

Europa necesita más fusiones en otros tantos sectores. ¿Cómo es posible que Europa no tenga grandes empresas tecnológicas, sector que en la actualidad controlan las empresas norteamericanas, chinas, coreanas o japonesas? ¿Cómo es posible que Amazon haya conquistado Europa sin la menor oposición competitiva de empresas europeas? Si nuestro problema fuera de conocimiento, de capacidad de innovación, o de capitalización poco podríamos hacer por superar esta situación. Pero ninguno de esos problemas existen en Europa. La Unión Europea debe dejar de mirarse el ombligo y situarse en el mundo. No es suficiente ser competitivo en el interior de un mercado de 500 millones en un mundo habitado en la actualidad por más de 7.000 millones, que en 2050 se calcula que alcanzará los 10.000 millones. No podemos permanecer impasibles en un escenario de grandes retos y de grandes oportunidades. Y para afrontar las oportunidades del presente y del futuro será necesario impulsar la creación de campeones europeos que no abusen de su posición dominante en el mercado interior, pero que tengan la potencia suficiente para ser líderes en el mercado internacional.