Siempre he admirado a Marlene Dietrich. Una mujer que llevó los pantalones antes que ninguna. ¿Han visto Morocco, de Josef von Sternberg? El cine nos hace entender sin radicalismos muchas cosas... Hace muchos años, después de ver la película, pensé que quitándole razón al prejuicio y a lo convencional, era posible ser mujer y vestir un esmoquin. En aquella época los roles de género estaban muy definidos. Estamos hablando de los años 30, un momento histórico reprimente a más no poder, y ya ven, existió una mujer tremendamente valiente y culta que se puso los pantalones. La Dietrich era una mujer muy inteligente, no necesitó a nadie para ser ella misma. La rebeldía sin inteligencia muchas veces adquiere contorno de comicidad. Ella no padeció el suplicio de muchas mujeres de su época, envuelta en misterio siempre, hizo lo que le dio la gana y con quien le dio la gana. Cuesta entenderlo, ¿verdad? A veces, nuestro martirio no es la sociedad...

Creo que las palabras revolución y derrota caminan juntas, de nosotros depende la distancia. En la revolución siempre hay furor, por supuesto, pero a veces es tan intenso que llega a ejercer de suicida. Y, automáticamente, llega la derrota.

Jamás debemos buscar en los imposibles el extravío de la razón. De muchas batallas, a veces, solo queda el humo. Mis sentimientos se desordenan al pensar en Marlene Dietrich, su legado me golpea el corazón varias veces, y entre el humo de mi cigarrillo veo sus facciones: misteriosas y serenas. Sí, es hermoso imaginar, lo extraña que se pudo sentir en un mundo de hombres llevando los pantalones. Pero los llevó... Durante la II Guerra Mundial se marchó con los soldados. Y en 1947 recibió La Medalla a la Libertad, así reconoció el Gobierno de Estados Unidos su contribución a la guerra... Qué mujer, mejor dicho, qué gran mujer. En el semiclaro del amanecer imagino a Gary Cooper y busco encantada el calor de su pecho. Sí, quiero quedarme acurrucada junto al recuerdo de la película Morocco y soñar que soy Marlene Dietrich.