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Julio Monreal

Triste herencia

Todos los días del año, cientos de turistas inmortalizan con sus cámaras la que se conoce como casa más estrecha de Europa, una finca cuya fachada mide solo 107 centímetros que está situada en la plaza de Lope de Vega de València. Uno se para a contemplar las espaldas de decenas de asiáticos mientras ellos buscan el mejor encuadre para llevarse su recuerdo y no puede evitar preguntarse qué es lo que lleva a esas personas a dejarse la piel por esa foto mientras ignoran por completo que a muy pocos metros, en la principal capilla de la Catedral, se guarda la que para los investigadores es la copa con la que Jesucristo brindó en su última cena.

La respuesta es simple: la casa más estrecha figura en varias guías turísticas de la ciudad, publicaciones como Trotamundos o Lonely Planet, y su existencia se ha viralizado, como se dice ahora. Ante el diario espectáculo de la plaza contigua a la iglesia de Santa Catalina, a uno le dan ganas de ponerse delante de las cámaras y ofrecer a la concurrencia doscientas o trescientas cosas que hacer o ver en la capital del Turia más interesantes, intensas y gratificantes que fotografiar la fachadita de marras.

Es evidente que muchos de esos visitantes ignoran que València es la ciudad de varios grandes del mundo, la de Luis Vives, la de Santiago Calatrava, la de Blasco Ibáñez o la de Sorolla. Desde luego Vives no está en su cabeza. Y al arquitecto e ingeniero de Benimàmet lo conocerán si acaso en la medida en que en sus ciudades de origen haya habido un lío a propósito de una magna edificación erigida con hormigón blanco. Pero ¿saben que el cap i casal es la tierra de Blasco y de Sorolla?

Los dos genios más internacionales de València protagonizan periódicamente polémicas locales. Los herederos del autor de La barraca, Cañas y barro o Los cuatro jinetes del apocalipsis han estado a la greña con el ayuntamiento de la capital, amenazando con llevarse el legado del escritor a otro lugar por considerar que por un lado se les cuestiona como titulares de los bienes y por otro se mantiene la herencia de Blasco con poco brío y escasa visibilidad.

Con el pintor de la luz ocurre algo parecido. Cuando este periódico recogió hace meses el sentir de buena parte de la sociedad valenciana y planteó la conveniencia de crear en la capital un espacio singular dedicado a la vida y la obra de Sorolla con base en los cuadros que instituciones y particulares tienen en su poder en la Comunitat llovieron las ofertas y las declaraciones de adhesión. Incluso llegó a estar elegido un comisario para poner en marcha la iniciativa y ubicarla en el Edificio del Reloj, en el puerto. El proyecto se detuvo en dos ventanillas: la Presidencia de la Autoridad Portuaria de Valencia, que prefiere tener el bello edificio que fue su sede sin apenas uso a ponerlo a disposición de otra idea; y la familia de Sorolla y su entorno. La primera no quiere competencia para su Casa Museo de Madrid, y los segundos, grandes especialistas en arte como Tomás Llorens o Felipe Garín, consideran que el espacio que acoja al genio ha de ser el Museo San Pío V. Uno ha de ponerse del lado de la razón y los especialistas independientes incluso cuando avalan el cierre de la Sala Sorolla en dicho museo (con el respaldo del propio ministro de Cultura, José Guirao) y reubican sus obras junto a otras de sus contemporáneos ante una exposición que abre sus puertas este martes a las 19 horas. Pero en esa misma línea no puede ni quiere dejar de lamentar que el pintor valenciano más universal, el que triunfó en vida en Nueva York, Londres y otras grandes capitales del mundo, tenga en su ciudad una estancia compartida con otros.

El problema no es de coherencia artística, es de visibilidad. Sorolla y Blasco son, como las Fallas, un buen concierto o una ópera de calidad, personajes que pueden hacer que un turista de elevado poder adquisitivo adquiera un billete de avión y visite València. Y hable bien de ella a su regreso a otras personas como él. Sin embargo, hay un cierto rechazo a estas figuras por parte de determinada progresía que identifica a los dos genios con el concepto «caspa». Y no se trata de gustos, sino de la oferta. Las ciudades compiten entre ellas en estas propuestas. Y esta semana toca València por las Fallas pero sobre todo toca Londres porque su National Gallery abre el día 14 una magna exposición sobre el pintor que será inagurada por la reina Letizia y el príncipe de Gales y que contiene obras de su museo en Madrid y otras de distintos países y colecciones, entre ellas el cuadro «Triste herencia» que pertenece a la Fundación Bancaja.

Es sin duda triste que la herencia de Sorolla esté fuera de su ciudad natal, en la que la ciudadanía adora su obra como se aprecia cada vez que hay ocasión. Y también es triste que el legado de Blasco esté infravalorado y expuesto con cierta desgana. Otros depósitos han volado por dejadez o por competencia, como el del poeta Miguel Hernández, instalado hoy en un magnífico edificio de Quesada, pueblo de la Sierra de Cazorla (Jaén) en el que nació su esposa y motivo de sobra para visitar ese rincón que guarda como oro en paño tan emotivo recuerdo.

Vienen días de campaña y con ellos, de reflexión y de propuesta. De momento, y en lo que respecta a museos, la candidata del PP a la Alcaldía de València, María José Catalá, ya ha abogado por mover uno, el Museo Fallero, a un emplazamiento en el centro de la ciudad, según declaraba recientemente en una entrevista con Levante-EMV. ¿Dónde? Si se permite la sugerencia, el edificio de Correos continúa siendo el mejor, aunque la sede abandonada por Hacienda en Guillem de Castro, que el ayuntamiento quiere convertir en biblioteca, tampoco es manco. Se abre el telón. Es hora de proponer y ofrecer proyectos a la ciudadanía.

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