En la línea contra lo socialmente correcto en que la edad parece haberme abocado, cada vez encuentro menos argumentos para defender esa nueva economía que, eufemísticamente, alguien etiquetó de colaborativa y que no se sostendría sin el soporte digital. Hoy, un día moderno y, por tanto, vestido de prestigio social es quedar (por supuesto, a través de wasap) para ver unas series de Netflix o HBO con unos amigos, llegar con Uber o Cabify a la cita y, ya puestos, que la comida la llevé un joven en bici contactado mediante una de las tantas plataformas de servicio a domicilio. Todo estupendo, alegría por el progreso, si no fuera porque la mayoría de los seres implicados en los intercambios comerciales incluidos en la moderna jornada están sometidos a la precariedad que facilita un mercado (colaborativo) poco reglado. Llámenme carca, pero Europa y su bienestar se asentaron sobre el orden económico. Es la premisa básica para la justicia social. Escribo el concepto y me suena ya a antiguo.