Los escándalos en la iglesia católica han ocupado últimamente amplios espacios mediáticos, especialmente por las denuncias y condenas por abusos sexuales, incluido el número tres del Vaticano, el cardenal George Pell. El silencio cómplice guardado durante años por la institución, según declaraciones del Portavoz de la Conferencia Episcopal Española, ha permitido la impunidad de los abusadores, que afectan a miles de víctimas en todo el mundo. En Australia, la Real Comisión habla de 4.447 víctimas de abusos, mientras que en Canadá, según datos del Gobierno, entre 10.000 y 12.000 personas fueron indemnizadas por sufrir abusos sexuales. Si vamos sumando, adquiere credibilidad la cifra de más de 100.000 abusos a menores en la Iglesia católica, que es la cifra que maneja ECA Global, una organización de supervivientes del abuso clerical, algo intolerable. Todo ello ha propiciado la organización de la reciente cumbre del Vaticano para abordar la pederastia en la iglesia, entre cuyas conclusiones se cita que es un problema generalizado en la sociedad, y se le atribuye a Satanás gran parte de la culpa...

Pero no es éste el único aspecto criticable de la Iglesia: destaquemos también el perfil absolutamente machista de la institución, que se ha mantenido firme en no admitir a las mujeres en su principal cadena de mando jerárquico, algo totalmente enfrentado a los principios de igualdad que defendemos. Y no olvidemos, a la luz de la historia, su marcado papel belicista, tanto en lo que respecta a las cruzadas en Tierra Santa, como en las Guerras de Religión que ha incitado. La iglesia no se ha caracterizado en su pasado por defender la paz ni el conocimiento -que se lo digan a Galileo-, sino sus intereses, al igual que ocurrió en España con su apoyo al dictador Franco, al que llevaba bajo palio. De hecho sigue custodiando su tumba en un lugar privilegiado del Valle de los Caídos. Nada de todo esto tiene que ver con su supuesta «santidad», sino todo lo contrario: es una institución compuesta por hombres comunes y por tanto falibles, que no respeta necesariamente sus principios fundacionales evangélicos.

Ninguna asociación con esta tasa de abusos, de machismo, y de apoyo a dictaduras se consideraría digna de recibir subvenciones públicas, como ocurre en España. Todavía seguimos esperando a que el Gobierno denuncia el Concordato, que implica un claro trato de favor. Dicho todo esto desde el máximo respeto a muchos curas, monjas y monjes que llevan una vida ejemplar, entre los cuales tengo grandes amigos y amigas que admiro. Esto es como en las empresas: una multinacional puede ser criticada independientemente de la indiscutible calidad de muchos de sus empleados.