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Las nuevas Aracnés

Si algún día visitan el Museo del Prado, no dejen de detenerse ante Las hilanderas, uno de los mejores cuadros de Velázquez. Como las grandes obras de arte, nunca agotan su significado. Cada vez que uno se pone delante de ellas, descubre nuevos matices. Y eso sirve para cualquier buena película, o canción. También conocido como La fábula de Aracné, no le han faltado interpretaciones políticas. A simple vista, observamos un taller de tejido con un gran tapiz al fondo. Pero, si nos remontamos a las Metamorfosis de Ovidio, reconocemos el desafío de la mortal Aracné a Atenea, diosa griega de la sabiduría. Su soberbia le hizo creer que sería mejor que Palas en el arte de tejer. Por descontado, perdió la apuesta.Como no daba puntada sin hilo, al parecer, don Diego quiso advertir a Felipe IV sobre los peligros de dejarse llevar por sus aduladores. La soberbia no era el único vicio de un monarca al que las malas lenguas le atribuyen más de cuatro decenas de hijos. Pero lo que más preocupaba a Velázquez era el creciente poder de su valido, el Conde-duque de Olivares, cuya política exterior nos metió en algún lío internacional y también con la Corona de Aragón.

Recordaba esta obra maestra escuchando los discursos de algunos políticos ahora que nos hemos metido de lleno en la precampaña. No deja de sorprenderme lo poco que ha cambiado el carácter de nuestras clases dirigentes en los últimos tres siglos y medio, si damos por buena la lectura política de Las hilanderas. Seguramente, en todas las organizaciones y empresas hay gente que ha llegado arriba sujetando bolsos y adulando a los que están en la cúspide. Eso no significa que no haya también gente válida. El peligro es que los primeros se conviertan en mayoría, porque corremos el riesgo de acabar como Aracné.

Atribuimos la creciente desafección de la ciudadanía por la política a que los votantes no se sienten representados ni por los discursos ni por las medidas de los partidos. Decimos que están 'desconectados' de la realidad, de la calle. Creo que de eso tienen bastante culpa los Olivares y Felipecuartos contemporáneos. 'Asesores' que, con tal de mantener su cuota de poder, dan siempre la razón al jefe. 'Líderes' que se rodean únicamente de quienes aplauden incluso sus peores equivocaciones. Ahí están las purgas a la disidencia interna de todos los partidos -en unos más que otros, evidentemente-. Me pregunto qué llevo a Pablo Iglesias a no aprovechar el talento de Errejón. O qué impidió a Casado contar con Soraya -que ahora nos parece una estadista-.

Sospecho que uno de los motivos es que muchos se han vuelto incapaces de afrontar la más mínima crítica de los suyos, de reconocer una pizca de razón en el otro. El resultado es que quienes aspiran a gobernar el país terminan rodeados de un pensamiento monocorde que únicamente canta sus alabanzas, por muy disparatadas que sean sus ocurrencias. Y, en el peor de los casos, tratando de censurar a quienes les critican o intentan arrojar un poco de luz desde fuera. Ahí es donde entran los intentos de manipulación de los medios. Normalmente, el resultado de esta estrategia se ve en las urnas. Algunos harían bien en revisar cómo acabó el reinado de Felipe IV o la ambición de Olivares. Tal vez así verían cuánta razón tuvo Velázquez en advertir sobre la soberbia. Al menos, evitarán sorprenderse tras los escrutinios.

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