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Escuchad a los adolescentes

Por muchas pistas que nos de la vida diaria -el desvarío de las estaciones, la sequía y el avance del desierto, el aire irrespirable, las montañas de basura- no es fácil llegar individualmente a la convicción de que el planeta tiene los días contados. Nuestro tiempo vital es demasiado corto y la dimensión del ecosistema tan grande que nuestra percepción se pierde entre espejismos.

Sin embargo, los datos facilitados esta semana por las Naciones Unidos sobre la salud del planeta son de una solidez irrebatible y una gravedad escalofriante.

Una cuarta parte de las muertes prematuras y de las enfermedades que ocurren en el mundo son debidas a la contaminación y al deterioro del medio ambiente. Las emisiones que contaminan el aire, los productos químicos que contaminan el agua potable y la destrucción acelerada de ecosistemas son ya una epidemia que amenaza la continuidad de la vida tal y como la conocemos.

No son opiniones alarmistas para captar la atención de los espectadores. Son los datos de un informe elaborado durante 6 años por 250 científicos de 70 países que levantan acta del deterioro alarmante del estado de la Tierra en los últimos seis años.

Ciertamente, en este tiempo se han hecho cosas. El Acuerdo de París de 2015 ha generado medidas para retrasar el calentamiento global. Los Objetivos para un Desarrollo Sostenible están entrando poco a poco en la agenda de la política y de la sociedad. Otros hechos, -como el impacto de la contaminación sobre la salud, los avances de la deforestación y las consecuencias negativas de la cadena alimentaria industrializada-, son menos conocidos o apenas si aparecen en el radar de las políticas públicas.

Al déficit de conciencia contribuye la contraofensiva de los que niegan el cambio climático y cuestionan la veracidad de la ciencia y también los fabricantes de noticias falsas, los campeones de la realidad alternativa y los expertos en la manipulación de las redes.

Con este estado de cosas, el movimiento iniciado por Greta Thunberg, -una chica sueca que dijo a los mandatarios y plutócratas del Foro de Davos: «no quiero que tengáis miedo, quiero que tengáis pánico»-, sacó ayer a la calle a los adolescentes de 100 países y 1600 ciudades para dar un toque de atención al mundo y meternos en la conciencia la terrible verdad de que su generación va a recibir en herencia un Planeta exhausto y enfermo (en algunos aspectos, moribundo) que amenaza con hacer la vida sencillamente imposible.

Y aún más si tenemos en cuenta que los 7.500 millones de habitantes de 2019 pueden llegar a 10.000 millones en 2050 y a 11.000 millones en 2100.

La respuesta tiene que ser global y no puede ser ni un arreglo de compromiso ni una operación de acupuntura. La solución solo es imaginable como un cambio radical, una revolución, que le de un giro de 180 grados a la economía, a la producción, al consumo, a las formas de vida y al reparto del poder para tomar decisiones.

La llamada de los adolescentes debe ser escuchada, y respondida, por toda la sociedad y todas las naciones. La campaña preelectoral que ya está en marcha es un momento idóneo para ver hasta qué punto los partidos valencianos y españoles, como encargados de diseñar las políticas públicas, son capaces de sacar la cabeza por encima de sus duelos entre colegas y coger el guante lanzado por los adolescentes convirtiendo la salud del planeta en una prioridad absoluta. La respuesta tiene que ser global pero también debe ser local. No es bienestar, es supervivencia.

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