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La noche que rindió a Ronaldo

Aquella noche de Turín, cuando Cristiano Ronaldo se elevó a los cielos para enganchar el balón y lanzarlo por la escuadra y completar el 0/3 del Real Madrid, el as portugués fichó por la Juventus. Cuando aquel estadio, de manera unánime, se levantó de sus asientos y ovacionó al deportista odiado en todos los campos, una punzada de sentimientos se incrustaron en su alma de niño sufridor y hombre triunfador. Allí le querían. Cristiano agradeció con gestos a la afición que, por fin, caía rendida ante su grandeza. Aquel día comenzaron a fluir en su cerebro las ansiedades de un nuevo reto personal. Los medios se empeñaban en hablar de deudas y exigencias económicas; de diferencias con el presidente, de malestares que no cesaban, de Hacienda perseguidora€ Pocos repararon en las exigencias del espíritu, en la puerta abierta a nuevos retos en aquel estadio que aquella noche, no sólo no le pitó, sino que le ovacionó. Allí acudiría para decir bien alto que él tenía 33 pero llegaría a los 40€porque entrenaba como nadie, se esforzaba como pudiera hacerlo el ilusionado juvenil, aunque nadie en Madrid se lo creyera. A Cristiano sólo le querían, y no todos, en el Bernabeu. Esperó al minuto siguiente de ganar la XIII Copa de Europa para decir que todo había sido muy bonito. En pasado. Se iba. Ni era el momento, ni las formas, pero así es Cristiano, impulsivo, devorador de miedos, "el hombre a quien me gustaría tener de compañero en una guerra", como escribió un internauta para describir a la perfección la condición humana del de Madeira.

Metió los tres goles que hacía falta para derribar a un rival que decía llegar cargado de testosteronas. Allí estaba Cristiano Ronaldo el jugador que no pierde el tiempo creando, ni encandila con pases, ni regates virtuosos pero que abre la puerta rival, que en eso consiste este deporte. Sube a los cielos quien vence, con filigranas o sin filigranas. Cristiano subió a los altares con el Sporting, con el Manchester, con el Real Madrid, con la selección de Portugal y ahora lo intenta con la Juventus. Es chulo, es prepotente pero tiene corazón generoso. Tiene sentimientos. Por eso, cuando acaba el partido le devuelve a Simeone el gesto de obscenidad que el argentino, prototipo de un guerrero sin armas, se atrevió a mostrar en el Metropolitano. Para cojones, los míos, le dijo. Lo hizo mirando a la afición que aquel día ya lejano del 0/3, le dedicó, rendida ante su magia, una ovación que derribó los muros pétreos de un corazón necesitado del amor popular. Por eso marchó Cristiano a Turín, para quererse más con nuevos sueños y hacerlo agradecido junto con todos aquellos que aquella noche cayeron rendidos a su persona. La noche que una afición rindió el corazón de Ronaldo.

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