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Al margen

Mi abuelo australiano

¿No han sentido alguna vez que hay un espacio en la ciudad que es un poco suyo? Objetivamente son conscientes de que la propiedad es colectiva y de que usted no ha tenido nunca que ver con su existencia o desaparición y que sea lo que sea permanecerá cuando usted mismo sea polvo, pero íntimamente piensan ‘parece que este banco, o esta plaza, esta calle o fachada esté hecho para mi’. Y por eso regresan a él, a ese puente, a ese cauce o a ese cruce de caminos. Porque es una cuestión personal. A mi me pasa exactamente eso con un inmenso árbol que hay en los Jardines del Real de València, un enorme «ficus macrophylla», entre cuyas raíces me gusta sentarme cuando puedo y desconectar del barullo urbanita. Mi robusto iaio viene de Australia, de una bahía denominada Moreton Bay Fig pero lleva tanto tiempo entre nosotros que es como un sabio despistado, un anciano vivido en mil batallas que mira con infinita paciencia las locuras y excentricidades de sus pequeños vástagos histéricos. Les recomiendo que si no han ido nunca vayan a verle y se sienten en el suelo, abran un libro y estiren las humanas piernas en paralelo a sus raíces mientras apoyan su espalda en él. Es una experiencia extraordinaria, como la seguridad que da un abuelo. Como volver a casa. Ya me dirán.

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