Nadie, aparte de las mentes obtusas y ruines, concibe que la guerra desatada en las guaridas de los partidos, que los mordiscos, patadones y calumnias que andan repartiéndose numerarios e independientes por agarrar un puesto con perspectivas de sinecura tenga otro motivo que la más acendrada entrega. El espíritu de sacrificio corre misterioso y conmovedor entre las variadas formaciones políticas que se disputarán el poder el próximo 28 de abril, y no hay un sólo militante que renuncie a la primera línea del fuego parlamentario. Sobra lealtad, sobra convicción y sobran aspirantes. Todos quieren ser cabezas de lista, ser los primeros en dar su tiempo y su esfuerzo a cambio de mucho trabajo y poca paga. Basta meditar un instante para sentir, con un estremecimiento extático, la increíble grandeza de su generosidad: ¿qué son cinco mil euros entre salario y dietas a cambio de levantarse pronto, leer diversos periódicos y andar de micrófono en micrófono y de mentidero en mentidero hasta el mediodía? Cierto que los madrugones no son de obrero, sino a cama hecha, baño reluciente y desayuno servido; y que los periódicos vienen con el tijeretazo dado y los recortes en orden; y que los micrófonos, por el apego febril que tienen a la publicidad institucional presente o venidera, no hacen preguntas incómodas, pero esto no quita un ápice al hecho apodíctico, a la verdad incontrovertible de que inmolarán, durante casi un lustro, sus estupendas mañanas por el bien de la ciudadanía que les haya votado y -aunque semejante abnegación parezca imposible- el de la que no. Los cerebros de mosquito aseguran que hay un zafarrancho cínico por conseguir una plaza. Los intelectos retorcidos afirman que la rapiña es tal que se ha perdido el decoro. Cientos de comentaristas, probablemente trastornados por el hambre, sostienen que ya no se disimula, entre la clase política, el ansia de momio, el prurito de carguete, la codicia de secretario, el anhelo de chófer y la urgencia, la quemazón, el deseo enloquecedor de que alguien abra las puertas. Pero todo son visiones, pesadillas de alucinados, insidias que se adueñan de imaginaciones raquíticas, ventosidades intelectuales de periodistas a quienes ha superado la situación, meconios, desvaríos, ofuscaciones y malicias de malpensados. La virulencia inédita, el encarnizamiento sin precedentes en el combate por ser cabeza de lista no tiene otra causa que una hornada nueva, galvánica, esperanzadora de candidatos al servicio público. Disculpad las manchas del papel: son lágrimas de admiración.