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Javier Cuervo

La campaña emocional

"España" es una palabra que tiene 46.722.980 de significados (el último día de 2018) y 505.990 kilómetros cuadrados de campo y ciudad semánticos. Despejemos "España" de la frase «vengo aquí a achicharrarme por España y a poner en marcha todas las reformas" que espetó el candidato del PP a la presidencia del Gobierno, Pablo Casado, a los empresarios vitorianos.

A esta bajura del del debate conviene explicar que ese "achicharrarse" no alcanza el rango de promesa electoral y que, en todo caso, ha de entenderse en sentido figurado, lo que no mengua el nivel de expresividad emocional del candidato, arrimado a la copla española y a los maestros Quintero, León y Quiroga que pusieron en boca de pasionales folklóricas todo el sistema circulatorio doble de los mamíferos para describir relaciones despeñaderas con grima de pulsos, corazón, venas, sangre y amor acariciando el filo del "gore".

Es tendencia que las campañas electorales tengan su diana en la emoción del votante y por aquí la alteración del ánimo siempre trae una exagerada conmoción somática. Las campañas electorales, como toda la mercadotecnia, vienen de Estados Unidos y ésta también. Es el momento de verles el Trump a los candidatos, el uso de la trola y del troleo, de lo más bajo de las bajas pasiones, de la ausencia de la razón o de su desobediencia. Ya hay fotos de candidatos junto a fetiches religiosos que avanzan que lo peor está en camino.

El afán de Pablo Casado por emular a San Lorenzo en su martirio, su vuelta y vuelta político, es para "poner en marcha todas las reformas" que piden los empresarios, lo que se advierte a los reformados habituales que tantas veces han visto cómo "España" perjudica a los españoles. Y Francia, a los franceses. Y Fiji...

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