El día 8 de abril, organizado por la Dirección General de Cultura y la Universitat de València, tendrá lugar un encuentro dedicado a conversar sobre buenas prácticas de inclusión sociocultural. Creemos que el desarrollo de los derechos de ciudadanía cultural constituye uno de los desafíos más importantes de este momento histórico y, por ello, proponemos el programa -Un país de Cultures- que se despliega a lo largo del año, con distintos tipos de jornadas, en las que se abordará su complejidad.

El pasado día 26 de febrero, presentamos los resultados de una encuesta a 2.000 personas (pueden consultarse en línea). Dicha jornada respondía a la fase de observatorio. Ahora, en abril, vamos a crear un espacio público (conversatorio) para el debate presentando prácticas consolidadas de diverso tipo (ver https://esdeveniments.uv.es/32803/programme/un-pais-de-cultures.html). Y, a partir de eso momento y hasta el 12 de junio, impulsaremos la elaboración de nuevos proyectos (fase de laboratorio).

A continuación, en este y otros artículos, presentaré la significación y alcance de este proyecto.

Los bienes culturales -en su más decisiva e íntima expresión, como significados existenciales- no se parecen a ningún otro tipo de bien. Por ello, no pueden ser asignados y repartidos como la tierra, el dinero, la salud, la educación, la vivienda, etc. Por otra parte, estos no se pueden entender adecuadamente si no es a partir de su incardinación simbólica.

Aunque resulte una evidencia trivial, vale la pena recordar que no es posible efectuar -al menos, hoy por hoy- una transfusión de significados e identidades de un individuo a otro como se efectúa una transfusión de sangre; los significados no se distribuyen ni se pueden repartir como las tierras o las rentas. Las personas y los grupos construyen sentidos muy diversos para sus vidas, pueden cambiarlos radicalmente a lo largo de su trayectoria y se organizan y actúan motivados por valores no sólo diferentes, sino también dispares. En este sentido primario, ya puede afirmarse que toda cultura es plural.

Pero, además, vivimos en sociedades compuestas internamente por sujetos que se identifican con marcos de referencia y de pertenencia muy diferentes, como consecuencia de la creciente extensión de los flujos migratorios, pero también de los flujos de significados que circulan planetariamente, en tiempo real, gracias a las tecnologías de uso general. El hecho de residir en un lugar no predetermina la pertenencia. Se puede vivir y trabajar en Valencia, pero sentirse íntima y profundamente vinculado con identidades grupales que no se sustentan sobre el territorio, sobre el pueblo o sobre la nación, sino sobre otros factores, con gran capacidad de clasificación como la religión y la orientación política, o más banales como las preferencias gastronómicas, deportivas o musicales.

Y aún cabe añadir otra fuente más de pluralidad, en nuestra sociedades contemporáneas. Gobernadas por la lógica de la individualización, cada persona se ve obligada a definir constantemente su vida como un proyecto propio, singular, íntimo y diferenciado. Hay que elegir y de hecho podemos elegir entre una gran oferta de oportunidades, pero estamos condenados a elegir. Nadie puede sustraerse a este imperativo y refugiarse, para las elecciones vitales fundamentales, en lo que hicieron sus progenitores o sus ancestros.

Esta lógica afecta a todas las dimensiones de la vida: educación y ocupación, residencia y creencias, estilos de vida y formas de vestir, identidad sexual y/o de género. Por ello, puede decirse con propiedad que vivimos en la era trans.

La diversidad, pues, es un hecho generalizado y multidimensional. A su vez, esta pluralidad se ve condicionada, si no determinada, por variables sociodemográficas como la edad, la situación vital, la ocupación, el nivel educativo, el lugar de residencia y, sobre todo, la clase social. Dichas variables no solamente crean diversidad, sino también, y lo que es más importante, desigualdad, de manera que, los recursos culturales -bienes y servicios- se distribuyen de forma muy asimétrica. Hay personas que pueden definir no sólo su propia identidad sino también la de otros y ejercer dominación sobre ellos: tachar a alguien de inculto, colocarle un sanbenito o un estigma por el hecho de pertenecer a un grupo minoritario, etc. son distintas formas de ejercicio del dominio cultural.

Un País de Culturas pretende ser un espacio para el reconocimiento en la diversidad, para la inclusión, para la erradicación de estigmas y para la lucha contra ese tipo de desigualdad

Michel de Montaigne afirmaba que «quien me contraría despierta mi atención, no mi cólera; quien me contradice, me instruye».

Un País de Culturas es el espacio ideal para el diálogo abierto de quienes, en direcciones diferentes o dispares, quieren construir la ciudadanía cultural.