Unos vienen y otros se van, pero todos organizan sus ritos para proyectar en ellos su autoimagen. Cuando Bustinduy se despidió del Congreso de los Diputados, ofreció un discurso de altura. Era consciente de la dignidad de la ocasión y eligió dotarse de visibilidad política exponiendo una agenda programática de futuro. Ese discurso será recordado por su energía y por su claridad. Luego, con suma elegancia, se despidió de su lista a las Elecciones Europeas y dio paso a Rodríguez Palop, profesora de la Carlos III. Ella ha colgado un twitt en el que agradece la cordialidad, claridad y amabilidad de Bustinduy. Aunque los motivos políticos por los que abandona la lista de Podemos son transparentes, todo se ha realizado de manera que no se profundice en las heridas, no se quiebren los puentes, no se impida un trabajo común de futuro.

Lamentablemente, el discurso de Iglesias en su regreso no ha tenido esas cualidades. Lo escribo con pesar. Como muchos otros ciudadanos, suponía que tres meses fuera del ring proporcionarían perspectiva, distancia y equilibrio. Su discurso no ha reflejado eso. Hemos visto al Iglesias que habla para los convencidos, sin importarle cuántos sean. Iglesias ha olvidado que su liderazgo se elevó sobre dos aspectos: energía e inteligencia. La gente no ignora que es un hombre preparado y un experto en ciencia política. Ante el mejor Iglesias, la gente vibraba con su radicalidad verbal, pero también con su diagnóstico político. Que este segundo aspecto haya casi desaparecido de su intervención, denota que es consciente de disponer de un techo de poder. Los diagnósticos brotan del optimismo del ganador. Para el que va tirando son un lujo innecesario.

Iglesias ha preferido ir a lo fácil. Los problemas de España no son las 20 familias que lo perturban. Centrarse en esto es poco convincente. No equivocarse de lado, al parecer su mayor mérito, es fácil cuando el lado es uno mismo. El problema comienza luego, cuando te quedas sin brújula para saber si te has equivocado o no respecto de tus votantes. El regreso de Iglesias permite constatar que no ha tenido gente a su alrededor para preparar lo que requería la ocasión, un discurso histórico. Esa era la única opción. Ofrecer, como hizo Bustinduy, un discurso programático. La situación no es la del 15M. Podemos no es ya un grupo de amigos. Lo que esperaba la ciudadanía era un discurso de altura.

Frente a ello, Iglesias ha hablado de la vergüenza ajena y las peleas internas. Pero eso es justo lo que ese discurso debía haber hecho olvidar. Sin consejos adecuados, ha servido para recordarlo de manera inapropiada. Aquellas luchas no tuvieron nada que ver con sillones, cargos y visibilidad. Fue una lucha política para definir posiciones entre formas de entender el futuro de España, entre maneras de comprender la relación del partido con la realidad social. Esa pelea fue legítima y no avergonzó a nadie. Fue un desgarro por la forma en que se condujo, pero legítima como lucha en sí misma. Contar así la historia no ayuda nada. Más bien parece decir a todo el mundo lo que nadie deseaba oír, que por la herida todavía mana sangre.

La lucha política es la sal de la vida, y nadie se avergüenza de ella. Podemos ha sido el campo de batalla entre opciones políticas legítimas, la originaria de Errejón y la sobrevenida de Iglesias. Que se hayan reflejado en la prensa, en la calle, eso no sólo no es malo, es lo mejor que puede pasar en democracia. Así se forjan las grandes responsabilidades. Al contrario de lo que dice Iglesias, Podemos fue un partido diferente porque el sector minoritario expuso sus ideales políticos ante todos con claridad. Podemos se convirtió en un partido como los demás cuando solucionó una lucha política con métodos disciplinarios. Eso fue lo equivocado. Y eso es lo que costará la pérdida de millones de votos. No mantener con claridad esta diferencia de planos llevó al sector mayoritario a laminar al minoritario. Eso es lo que hacen los demás partidos.

Con el discurso de Iglesias en la mano, no sabemos si está en condiciones de hacer avanzar a este país en sus grandes retos sistémicos. Mi razón es sencilla: para emprender estos retos se requiere romper el empate catastrófico que atenaza la política española. Un Podemos en retroceso no puede acumular votos suficientes para romper ese empate. Un Podemos roto no puede sino retroceder. Esto se debió de haber tenido en cuenta a la hora de manejar la crisis política y buscar soluciones integradoras. Pero se pensó que con el control del aparato ya se tenía todo. Eso puede ser así en condiciones de voto estable; pero en condiciones de voto lábil, no funciona. En suma, Podemos ha conocido una batalla política intensa en una situación de crisis de representación, y la ha resuelto con los viejos reflejos del PCE, que siempre dio por supuesta la fidelidad rocosa del voto.

Tiene sentido obviar el relato de esa lucha, pero no evocarla para hablar de cuestiones personales. Al centrar la autocrítica en este aspecto, Iglesias ha elegido el terreno en el que puede presentarse como víctima, o cuanto menos puede repartir culpas: si Podemos baja, será por los que han dado la batalla interna; este ha sido el mensaje. Se oculta así que Podemos ha perdido buena parte de su pluralidad interna y que hoy es un partido monolítico. Eliminar a la minoría fue una decisión política. Las consecuencias negativas no pueden ser culpa también de los que quedaron fuera. En realidad, una buena parte del discurso de Iglesias situó a Podemos en posición de víctima. «Van a por vosotros», repitió, citando a una autoridad anónima. Ese desvío del argumento me produce inquietud, porque nos priva del debate de la responsabilidad. Poner a tu partido en posición de víctima y no hacer nada por evitarlo es absurdo. Sin aclarar ese punto, la autocrítica es un gesto formal y vacío. Se dice que se hace, pero no se hace.

Esto es convergente con una intervención previa de Mayoral, en la que comenzaba a poner la venda antes de la herida. Él lo dirigió hacia el asunto de la paternidad. Cuando un periodista le preguntó si era razonable, con el partido a la baja, tomarse los tres meses de licencia paterna, Mayoral dijo de forma contundente que era una cuestión de principio. «Los principios son los principios», aseguró, y si se pierde votos por defenderlos, pues se asumen las consecuencias. Si la gente no era capaz de entender esto, vino a decir, peor para ellos. Esa parecía la única consecuencia. Es como si el partido político no fuera una herramienta para los representados. Preveo así que se explicará la bajada de votos porque la gente no ha comprendido la política de principios del líder. La condición de líder está fuera de las consecuencias de sus actuaciones.

Con esta comprensión del partido político y de la dirigencia, nos encaminamos a una Elecciones históricas. En esto estamos todos de acuerdo. Históricas, porque se dirimirá si finalmente se ha frustrado la potencialidad de un ciclo progresista, algo que estaba al alcance de la mano hace meses. Que esa posibilidad se frustre es la cuestión política fundamental, lo que debería ser explicado. Esa frustración es efecto de la actuación política de los representantes y, si quieren asumir una responsabilidad, deberían empezar por esta. Animarnos ahora con que serán Elecciones constituyentes no es persuasivo. Si Iglesias se lo creyese, ¿por qué gastó medio discurso para exigir que se cumpla la constitución del 78?

Hacia el minuto cuarenta de discurso, los oyentes ya estaban con el aburrimiento previsible de todo mitin. Youtube, que es muy listo, identificó bien el motivo. Al acabar, de forma automática, se inició un video de Julio Anguita.