Cuanto más denostada sea la profesión periodística más habrá que reivindicar los valores que hicieron de este trabajo un pilar en defensa de las libertades y de la democracia. Se me ocurren unos cuantos, a bote pronto: la verdad y la precisión; la responsabilidad; la equidad y la imparcialidad; la humanidad y la independencia. He ahí los contenidos del contrato tácito que cada uno de nosotros firmamos con la audiencia, incluso cuando esa audiencia se disipa, se disfraza y se sumerge en los océanos donde las redes suelen pescar marrullería y noticias falsas.
Hace unos años me tocó explicar cómo era el día a día de este trabajo a un grupo de escolares de una localidad castellana de famosos encierros a caballo -"espantes", los llaman allí-, donde la mayoría de los chiquillos querían ser toreros de mayores. De un auditorio de un centenar, sólo tres -dos niñas y un niño-, manifestaron interés por el ejercicio del periodismo.
Cuando uno de los chiquillos preguntó qué es ser periodista, no se me ocurrió mejor manera a su alcance que explicarle que si conocían los tebeos y las películas de Superman sabrían que su alter ego, Clark Kent, cuando no se ponía la capa de salvar al mundo escribía en un periódico. Y que Spiderman compatibilizaba sus andanzas por torres y azoteas con el trabajo de fotógrafo de prensa, que es manera gráfica de hacer periodismo.
O sea, que el periodista en tiempos difíciles tiene la obligación de convertirse en superhéroe, en paladín necesario de las causas justas. Y que el bueno casi siempre gana, y que siempre al final la verdad resplandece.